domingo, 7 de agosto de 2011

LA CARTA, de Henri Michaux


   Os escribo desde un país en otro tiempo claro. Os escribo desde el país del manto y de la sombra. Vivimos desde hace años, vivimos en la Torre del pabellón a media asta. ¡Ah, verano! ¡Verano envenenado! Y desde entonces se prolonga el mismo día, el día del recuerdo incrustado...
   El pez pescado piensa en el agua todo lo que puede. Todo lo que puede, ¿no es lo natural? En lo alto de una ladera nos asestan una lanzada. Eso cambia la vida entera. Un instante echa abajo la puerta del Templo.
   Nos consultamos. Ya no sabemos. Nadie sabe más que el otro. Aquél está enloquecido. El otro confundido. Todos desconcertados. Ha desaparecido la calma. La sabiduría no dura ni el tiempo de una inspiración. Decidme: ¿quién, si recibe tres flechazos en la mejilla, se presentará con aire desenvuelto?
   La muerte se apoderó de algunos. La cárcel, el exilio, el hambre, la miseria se encargaron de los demás. Grandes sables de escalofrío nos atravesaron, y después nos atravesaron lo abyecto y lo taimado.
   ¿Quién en nuestra tierra, recibe todavía el beso de la alegría hasta el fondo del corazón?
    La unión del yo con el vino es un poema. La unión del yo con la mujer es un poema. La unión del cielo con la tierra es un poema. Pero el poema que oímos nos ha paralizado el entendimiento. Agobiados por la pena, no hemos podido entonar nuestro canto. El arte de huella de jade se para. Pasan las nubes, las nubes con perfil de roca, las nubes con perfil de melocotón, y nosotros pasamos, semejantes a nubes, atiborrados de las vanas potencias del dolor.
   Ya no nos gusta el día. Aúlla. Ya no nos gusta la noche, atormentada por las preocupaciones. Mil voces donde hundirse. Ninguna en la que apoyarse. Se cansa la piel de nuestra cara pálida.
   Grande es el acontecimiento. Grande también la noche, pero ¿qué puedo hacer? Mil astros nocturnos no iluminan ni un solo lecho. Quienes sabían ya no saben. Saltan con el tren, ruedan con la rueda.
   "¿Preservarse uno mismo en lo propio?" ¡Ni por pienso! No existe casa solitaria en la isla de los loros. En la caída se ha evidenciado la perversidad.       Lo puro no es puro. Muestra su lado obstinado, rencoroso. Algunos se manifiestan mediante gañidos. Otros se manifiestan en lo esquivo. Pero la grandeza no se manifiesta.
   El ardor en secreto, el adiós a la verdad, el silencio de la losa, el grito del apuñalado, la conjunción del reposo helado y de los sentimientos que abrasan ha sido nuestra conjunción, y el camino del perro perplejo, nuestro camino.
   No nos hemos reconocido en el silencio, no nos hemos reconocido en los aullidos, ni en nuestras cavernas, ni en los gestos de los extranjeros. En torno a nosotros, los campos indiferentes y el cielo sin intenciones.
   Nos hemos mirado en el espejo de la muerte. Nos hemos mirado en el espejo del sello escarnecido, de la sangre que mana, del impulso decapitado, en el espejo tiznado de las vejaciones.
    Hemos regresado a las fuentes glaucas.

Henri Michaux     Adversidades, exorcismos.

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