viernes, 30 de septiembre de 2011

La ocasión de ser amable


También al soñador no burgués le complacen muchas cosas que los otros tienen. Pero, en lo esencial, se imagina una vida sin explotación, una vida que tiene que ser conquistada. No es el molusco sujeto a la roca que tiene que esperar lo que el azar le suministre, sino que traspasa las fronteras de lo dado, tanto en sus sueños como en sus acciones. La existencia feliz con la que él sueña se halla detrás de una nube de humo, la nube de humo de una cambio gigantesco. El mundo que se le aparece está también cambiado; en él no hay sitio para ningún Babbitt, y ningún Babbitt haraganea cómodamente en la putrefacción que él mismo es. Y no es que el sentirse bien sea en sí mismo problemático o esté limitado a su forma burguesa. Cada uno con su gallina en el puchero y con dos coches en el garaje es también un sueño revolucionario, no francés o americano o "de la humanidad en general". Pero los valores de la dicha y del sentirse a sus anchas se desplazan ya en la visión del sueño revolucionario, precisamente porque la dicha no descansa en la desdicha de los otros ni se mide por ella. Porque el prójimo no es el límite de la propia felicidad, sino el elemento en que ésta se verifica. En lugar de la libertad para trabajar luce la libertad del trabajo, en lugar de las alegrías de granuja imaginadas en la lucha económica, el triunfo imaginado en la lucha de clases proletaria. Y sobre ellas luce todavía la paz lejana, la oportunidad desaprovechada de sentirse solidario con todos los hombres, de ser amable con todos ellos: la ocasión que es el objetivo lejano por cuya consecución tiene lugar la lucha. La fluidez en que todo se halla hace, desde luego, que los sueños no-burgueses sean en detalle mucho más confusos que aquellos que no tienen mas que echar mano de lo expuesto en los escaparates. Ningún gran almacén les envía catálogos a casa, y ningún mecenas propuesto desde arriba se preocupa de ellos. Pero los sueños no-burgueses no sólo poseen un rango incomparablemente más elevado que los deseos burgueses de la edad madura, sino también una espera de lo desconocido, una planificación de lo aún irrealizado que no poseen en absoluto los deseos burgueses.
El principio esperanza, de Ernst Bloch
                                    

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