domingo, 29 de enero de 2012

Gramo de tranquilidad

    Esta mañana después de desayunar una humilde pera de agua, he ido al mercado de valores a ver qué precio tiene hoy el gramo de tranquilidad. Hace ya muchísimo tiempo que es más caro que el oro y la semana pasada superó también la cotización del mismísimo petróleo: creo que va en busca del inalcanzable gramo de personalidad, a mucha gente se le va la vida entera y no ahorran lo suficiente para comprarlo. Están ocurriendo cosas al respecto de este problema tan obsolescente de la tranquilidad y no parece que el panorama de recesión general pueda arreglarse con dinero. Las autoridades están muy enfadadas, necesitan un cursillo rápido de solución de problemas; el tiempo maravilloso que pierden estudiando una eventual salida de la crisis, nosotros nos encargamos con nuestra inepcia ejemplar de encarecer el gramo de tranquilidad hasta límites inasequibles para el común de los mortales, es decir, nosotros. Tiene un precio mayestático. Grandes fiestas majestuosas y elegantes coronan cada día las ambiciones minúsculas de la inmensa mayoría. Pero a mí ya me han dicho las autoridades que el cine de autor se va a acabar, sólo saberlo ya son gramos de tranquilidad absolutamente gratuita: impagable. Y también me han prohibido la pera de agua por las mañanas, dicen que por ser un acto de sedición erótica contra uno mismo. Están enfadadísimos, es natural, está el patio en guerra, como siempre. No se atisba por ninguna parte un mesías redentor al estilo de Jesucristo Superstar, aunque Richard Geere* intenta parecérsele todo lo que puede. Lo de la pera no lo comprendo, me parece mezquino y horrible que no pueda la persona comerse una pera lúbricamente sin problemas. En el mercado de valores no venden peras de agua, sólo humo y un calor sofocante de aire acondicionador de malas conciencias. Me voy de aquí, estoy empezando a toser. Es muy elegante irse mientras se tose un poco, tranquilamente.



* Ignoro como se escribe Geere, el inglés para mí es un galimatías indecente, lo siento.

DESPISTES

   
     El alma, contra lo que suele creerse, es bastante inestable, es difícil tenerla en paz, de vez en cuando si no está uno atento, se pierde; basta con pasar al lado de una papelera y mirarla para que inadvertidamente caiga dentro. Para cuando uno se da cuenta que se le ha perdido el alma puede haber un trecho estimable, y hay que volver a por ella: no se puede andar por ahí sin alma, como el que no tiene cambio. Menos mal que está sintonizada en el mismo canal que la mente, ese otro ente tan díscolo a veces, que sin embargo se las apaña mejor para no despistarse a las primeras de cambio. Toda la culpa no es de ella, hay que tener en cuenta que el cuerpo está lleno de agujeros, ya saben, no me refiero a la boca ni nada que se le parezca, hablo de los agujeritos negros de la materia, presentes en nuestro cuerpo igual que lo están en el universo, pero a escala humana, que son la ventana ideal por la que el alma se fuga por un rato, cansada de habitar en las torpes costumbres de la carne, para irse al muelle a volar con las gaviotas, y airearse un poco.


    Hay gente que intenta taparse los agujeritos con escudos de equipo de fútbol o poemas recortados del periódico. Vi un señor una buena tarde, que llevaba un agujero negro del alma tapado con un sello de la IIª República; me dio una pena atroz. Otra vez vi a una señora que portaba una foto de Evita Perón en la ópera, con esos prismáticos tan cursis que se cogen con dos dedos: ¡Qué sofisticado!. En fin, como ven, si uno no le da unas consignas mínimas, se pierde mucho tiempo con el alma. Yo la tengo fichada en la policía, ya ni me molesto en buscarla: cuando se me pierde llamo al cuartel y me la traen en media hora como la comida del chino. No quiero darme cuenta completamente, pero creo que ya no tengo el alma sintonizada con la mente, si supiera donde está ahora... tengo que coger el autobús, si no viene conmigo, voy a andar por ahí como un siniestro fantasma, muerto en vida.


sábado, 28 de enero de 2012

metáfora





A veces, siento un especie de pudor por tener una prolongación metafórica del cuerpo, similar a la que algunos insectos como por ejemplo las mariposas poseen. Suelo recordar pronto que el instrumento no tiene alma, pero ese consuelo me dura poco, porque me he dado cuenta que es él el que me posee a mí. Esto es profundamente literario y siempre queda bonito; suena bien. Al final se trata de que suene bien y recuerde un mundo donde el silencio importe.



                     

Los dos diarios




En el diario de Ana - 10-V-69

     Acaba de mudarse un muchacho bastante pasable en la casa de enfrente. Le mandé a Pocholito que le mirara el dedo mientras ayudaba a bajar los muebles. No tiene anillos, es soltero. Puede ser mi oportunidad. Necesito más datos para trazar mi estrategia.


En el diario de Hugo - 10-V-69

     Acabo de mudarme en una casita independiente. No está mal. Es un barrio tranquilo y bastante alejado de la pensión. Creo que a la vieja le resultará difícil encontrarme para reclamar el clavo de seis meses que le dejé. Hoy estuve reflexionando. Ya no puedo vivir así, haciendo del vivo que vive del zonzo. Me miré en el espejo. No estoy mal: 25 años, pelo negro, tipo amante latino. Un buen casamiento puede ser...


En el diario de Ana - 11-V-69

     Empiezo a conocerlo. Hoy se asomó a la ventana, leyendo un libro. Usé el largavista que suele llevar papá al hipódromo, y pude leer el título del libro: AZUL, de Amado Nervo, es decir, el tipo es un relamido a la antigua, de los que gustan de convertir a la mujer en vaporosas apariciones celestiales, y tienen sueños llenos de doncellas de «trigal cabellera» y de «ojos profundos como el mar» (ja ja). Ya sé con cuánta azúcar toma el hombre este el café con leche de la vida.


En el diario de Hugo - 11-V-69

     Hoy amanecí seco. Lo que se dice sin un céntimo. Pensé llamar a Arsenio, el único que todavía no ataja mis penales financieros, pero me costó encontrar el número del teléfono. Menos mal que recordé haberlo anotado en un libro que hice volar de la sala de espera del dentista. Lo robé por el título: AZUL, pensando que era un manifiesto del Partido Liberal, pero resultó ser de versos de un tal Amado Nervo. Al final encontré el número en una de sus páginas. Nota: En la casa de enfrente vive una fulana con cara de necesitada. Vieja no es. Además, la casa puede valer como 2 millones. Y tiene antena de TV. Parece ser hija única, y el padre tiene un lindo Mercedes 1965. Vale la pena investigar más. Lo dicho, un buen casamiento puede terminar con mis angustias de eterno moroso.


En el diario de Ana - 15-V-69

     Hoy empecé el ataque. Esta vez no debo fallar. Debo mostrar a Raúl, a Marcelo, a Antonio, José y Anastasio, que no supieron valorarme en lo que soy y en lo que valgo. Como decía, empecé el ataque, como buena generala del amor, atacando al adversario en su punto débil: su romanticismo de naftalina. Por la mañana temprano me puse un juvenil vestido de percal, corto y acampanado, y salí a regar el jardín, «dejando que el sol mañanero jugueteara con mi suelta cabellera (ja ja)». Se asomó y me miró desde su ventana. 


En el diario de Hugo - 15-V-69

     Averigüé. La casa es propia y ella es hija única de padre viudo. Y empiezo a conocerla. La fulana es del tipo romántico, de las que gustan vestirse como muñequitas de porcelana y salir a regar las flores del jardín por la mañana temprano, como en esas películas idiotas de antes, con cantos de pajaritos y toda esa utilería que gusta a las tilingas destinadas a vestir santos. La conquista será fácil. Mañana empiezo. Necesito una corbata de lazo. Y ensayar ante el espejo una lánguida mirada de poeta. Creo que también me voy a dejar un bigote, o mejor, un bigotazo bien bohemio, como ese no sé cómo se llama de Los Tres Mosqueteros, la novela esa de Cervantes que leí hace unos años. Nota: la fulana esa debe ser medio ida de la cabeza. Yo no sé para qué regaba el jardín si anoche llovió a cántaros. En fin...


En el diario de Ana - 19-V-69


    Hoy estuve regando el jardín, procurando que la alergia que me dan las rosas no me haga estornudar, cuando él pasó por la acera de mi casa, con pinta de completo estúpido, tal como me imaginaba. En vez de corbata, un lazo mal atado. Tiene un proyecto de bigote que, cuando crezca, le va a hacer parecer un cosaco con hambre. ¡Y la mirada, Señor!, lánguida, romanticona, exhibiendo, como diría su Amado Nervo, «La tímida virilidad del enamorado...» (ja ja). Me saludó y yo le contesté «ruborizada». Claro que para ruborizarme tuve que aguantar la respiración durante un minuto y medio, como recomienda Helene Curtiss en Para Ti.


En el diario de Hugo - 19-V-69

     Cayó la pájara. Debería dedicarme a actor. Pasé por su lado luciendo la delicada y a la vez varonil estampa del  poeta enamorado. La saludé, y me contestó todo ruborosa. ¡Había que ver lo colorada que se puso! Llevarla al altar es pan comido. Mujeres que ruborizan así, aunque ya sean mayorcitas, como ésta, no saben decir «no». Mañana me quedo a charlar dos palabras.


En el diario de Ana - 20-XII-69

     Ayer me casé con Hugo. Pero pasa algo raro: ¡Qué cambiado está!


En el diario de Hugo - 20-XII-69

     Ayer me casé con Ana. Pero pasa algo raro: ¡Qué cambiada está! 

       Mario Halley Mora


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martes, 24 de enero de 2012

Otro nuevo soneto a Helena


                                        Dentro de muchos años, una tarde de Otoño,
                                        sentada entre tus libros y ojeando estos versos,
                                        dirás, quizá, pensando en quien te escribe hoy:
                                        Me celebró un poeta como a Helena Ronsard.

                                        Y tal vez en tu cuarto a una amiga curiosa
                                        mi nombre le confieses, si no lo has olvidado,
                                        y al pronunciar mi nombre y entonarlo tu aliento,
                                        sin que te des tu cuenta, volveré yo a vivir,

                                        por más que sólo sea yo un callado fantasma
                                        errante entre las sombras y los mirtos umbríos.
                                        Tú seguirás aún siendo una eterna muchacha

                                        sonriendo a estos amores y a mis rosas de ayer.
                                        Sé feliz - hazme caso - y ama tanto en tu vida
                                        como un día te amara sólo yo por los dos.

                                                                                         Carlos Clementson
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