jueves, 16 de febrero de 2012

La guerra de las salamandras, de Karel Capek

   La obra de Karel Kapec tiene analogías evidentes con la de Huxley, Orwell o Wells: es un análisis de la sociedad del hombre contemporáneo y una síntesis emocionada y lúcida de sus problemas...(tímidos aplausos). Para mi gusto los supera en sentido del humor. Aquí les dejo un pasaje de su novela, La guerra de las salamandras, donde acomete un ejercicio de estilo a medias entre la ciencia-ficción y la crónica periodística.

 Nuestro amigo de las Islas Galápagos 

   En viaje con mi esposa, la poetisa Jindra Sedilová-Chrudimska, para que la magia de las nuevas emociones hiciera olvidar en parte la muerte de nuestra noble tía, la escritora Bohumila Jandová-Stresovická, llegamos a las solitarias Islas de los Galápagos, coronadas de tantas leyendas. Disponíamos de dos horas, que aprovechamos para pasear por la playa de una de estas islitas del abandonado archipiélago. "Mira qué hermosa puesta de sol", le dije a mi esposa. "¿ No te parece como si el firmamento se ahogara en una inundación de oro y sangre?"

"¿ El señor es checo?", oí decir a mi espalda en puro y verdadero checo.

Andrias scheuchzeri
Volvimos sorprendidos la cabeza en dirección a la voz. No había nadie, a excepción de una gran salamandra que estaba sentada en las rocas y sostenía entre sus manos algo parecido a un libro. Durante el curso de nuestro viaje alrededor del mundo habíamos vista ya varias salamandras pero, hasta entonces, nunca habíamos tenido ocasión de hablar con ellas. Por eso comprenderá el amable lector nuestra sorpresa cuando, en un litoral tan abandonado, nos encontramos con Andrias y, además, le oímos hacer una pregunta en nuestro propio idioma.

  "¿ Quién habla ahí?", exclamé en checo.

  "Yo me permití ese atrevimiento, señor", contestó la salamandra levantándose respetuosamente. "No he podido remediarlo al oír, por primera vez en mi vida, hablar en lengua checa."

  "¿ Cómo?", exclamé maravillado, "¿usted habla checo?"

  " Precisamente estaba entretenido en la conjugación del verbo irregular
-ser-", contestó la salamandra. " Este verbo, en realidad, es irregular en todas las lenguas."

  "¿ Cómo, dónde y por qué ha aprendido usted checo?", pregunté yo.

  " La casualidad hizo llegar a mis manos este librito", contestó la salamandra, dándome el que tenía en sus manos. Era Lengua checa para salamandras y sus hojas llevaban huellas de un constante y aplicado uso. "Ha llegado hasta aquí junto con un envío de libros instructivos. Podría haber elegido una Geometría para Cursos Superiores de las escuelas de enseñanza media, una Historia de la Táctica Militar, la Guía de los Dolomitas o los Principios del bimetalismo. Sin embargo, preferí este libro, que se ha convertido en mi mejor amigo. Ya me lo sé completamente de memoria y, a pesar de ello, siempre encuentro en él fuente de entretenimiento y enseñanza."

  Mi esposa y yo demostramos nuestra alegría y admiración ante esta noticia y al oír su pronunciación casi comprensible.

  "Por desgracia, no hay aquí nadie con quien pueda hablar checo", nos confió con modestia nuestra amigo. "Y no sé exactamente si el séptimo caso de la declinación de la palabra "caballo" es kun, koni o konmi."

  "Konmi", le dije.
  "¡Oh, no, koni!, exclamó vivamente mi esposa.

  "¿Sería usted tan amable de contarme que hay de nuevo en Praga, la ciudad de las cien torres?", exclamo nuestro simpático amigo con entusiasmo.

  "No puede imaginarse como crece", contesté entusiasmado por su interés, y, en unas cuantas palabras, le dibujé el florecimiento de nuestra dorada metrópoli.

  "¡Qué noticias tan agradables!", dijo la salamandra sin ocultar su satisfacción. "¿Todavía están colgadas en la torre del puente las cabezas de los nobles ajusticiados?"

   "Hace tiempo que no", le contesté un poco sorprendido(lo reconozco), ante aquella pregunta.

  "¡Qué lástima!", exclamó la salamandra con simpatía. "Era un extraordinario recuerdo histórico. Clama al cielo que tantos recuerdos notables fueran destrozados en la Guerra de los Treinta Años. Si no me equivoco, la tierra checa quedó entonces convertida en un desierto, cubierta de sangre y lágrimas."

  "¿A usted le interesa nuestra historia?", exclamé lleno de alegría.

  "Desde luego, señor", aseguró la salamandra. "sobre todo el desastre de la Montaña Blanca y la esclavitud de los trescientos años. He leído mucho sobre todo ello en este libro. Deben estar ustedes muy orgullosos de su esclavitud de los trescientos años. Fue una gran época, señor."

  "Sí, una dura época", expliqué yo, "época de opresión y cólera."
  "¿Y gimieron ustedes?", preguntó nuestro amigo con gran interés.
  "Gemimos, sufriendo indescriptiblemente bajo el yugo de nuestros      opresores."

  "¡Cuánto me alegro!", suspiró la salamandra. "Mi libro lo dice así, exactamente, y estoy muy contento de que diga la verdad, Es un libro precioso, señor, mejor que la Geometría para Cursos Superiores. Me gustaría poder visitar un día el lugar histórico en que fueron ajusticiados los Señores de Bohemia, como también otros sitios donde se cometieron cruentas injusticias."

  "¿Por qué no visita nuestro país?", le propuse de todo corazón.
  "Gracias por su amable invitación", se inclinó la salamandra. "Por desgracias, no es tanta mi libertad."

  "Nosotros la compraríamos", exclamé yo. "Quiero decir, por medio de una colecta nacional podríamos proporcionarle los medios..."

  "Mis más sinceras gracias", murmuró nuestro amigo visiblemente conmovido, "pero he oido decir que el agua de Vitava no es muy buena. ¿Sabe usted? Sufrimos disentería en aguas turbias." Después meditó un momento y dijo. "Tampoco podría abandonar mi querido jardín."
  "Yo soy una jardinera entusiasta", exclamó mi esposa. "No sabe cuanto le agradecería que me enseñase la flora de aquí."

  "Con gran placer, honorable señora", dijo la salamandra inclinándose respetuosamente al hablar, "si no le importa a usted que mi jardín esté bajo el agua."

  "¿Debajo del agua?"

  "Sí, unos metros bajo el agua."

  "¿Y qué flores cultiva usted?"

  "Flores marinas en múltiples y raras variedades", respondió la salamandra. "También estrellas marinas y pepinos de mar, sin contar las matas de corales.¡Bendito sea el que cultivó para su patria una flor, como dice el poeta!"

  Sentíamos mucho el marcharnos, pero nuestro barco daba la señal de partida.
  "¿No desea encargarnos algo, señor...señor...?

 "Me llamo Boleslav Jablonsky", advirtió apresuradamente la salamandra. "Me parece un nombre muy bello, señor, lo he elegido del libro."

  "¿Qué quiere usted decirle a nuestra nación, señor Jablonsky?"

  La salamandra quedó pensativa un momento.
  "Dígales a sus compatriotas", dijo profundamente emocionada, "dígales...que no se dejen arrastrar por la vieja discordia eslava, que conserven agradecidos el recuerdo de Lipany, ¡y sobre todo, de la Montaña Blanca! "Salud, mis respetos", terminó de pronto, tratando de ocultar sus sentimientos.

  Nos fuimos al bote pensativos y conmovidos. Nuestro amigo, subido en las rocas, nos saludaba emocionado; parecía decir algo.

  "¿Qué grita?", preguntó mi señora.
  "No sé", le dije, pero me pareció oír: "Recuerdos al alcalde, Dr. Baxa"

de La guerra de las salamandras, Karel Kapec, Ediciones Hiperión




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