martes, 20 de marzo de 2012

Fábula Tercera, de Juan Benet

    Un estudioso - que toda la vida había tenido por costumbre entretener sus ratos de ocio con especulaciones de carácter filosófico- decidió un día vender la mayoría de sus bienes, retirarse del mundo, cortar toda relación con parientes y amigos, abandonar sus labores profesionales y consumir el tiempo que le quedaba de vida en la investigación de su propio pensamiento, con la vista puesta en en el hallazgo de una ley universal. Llamó a su criado y le dijo:

   - En lo sucesivo, no estoy para nadie. El tiempo que me resta lo necesito para mí y no puedo distraerme con los problemas de los demás. Lo tengo todo bien dispuesto y no necesito del concurso de nadie para resolver nuestros menesteres cotidianos, de los que en adelante te encargarás tú. Puedes disponer de tu tiempo a tu antojo siempre que tengas la casa en orden y cumplas las pocas obligaciones que te impongo. La más importante de ellas, no lo olvides, es preservar mi retiro e impedir que sea distraído de mi quehacer. Así que sólo acudirás a mí bien para la labor de rutina, bien a instancias mías que, espero, no se producirán.

    Se retiró el criado a su aposento y pensó lo que debía hacer a la vista de tan precisas instrucciones. Unas semanas después, sin previo aviso irrumpió en el gabinete de su amo, a la hora que destinaba a sus más profundas meditaciones, y le dijo:

   - Señor, me ha sido entregada una misiva que contiene un urgente mensaje de la mayor importancia para usted. Deseo saber, señor, si he de entregársela o devolverla sin más al mensajero.
   - Ya te he dicho que no quiero que me molestes. ¿ Es esta la manera de cumplir mis instrucciones? Has cortado el hilo de mis pensamientos en un momento muy delicado y ahora, por culpa de esa desventurada carta, me veo  obligado a volver al punto donde estaba hace varios meses, echando por tierra todo el progreso realizado en ese tiempo. Dile al mensajero que se puede volver por donde ha venido, con esa carta que no me molestaré en abrir, y en lo sucesivo no te permitirás interrumpir mis meditaciones bajo ningún pretexto. Tenlo bien presente y que esto no se vuelva a producir.

     Consideró el criado la advertencia y se atuvo a la norma que le había dictado su amo, con absoluto rigor, hasta que pasadas unas cuantas estaciones irrumpió otra vez en su gabinete de trabajo.

   - Señor- le dijo-, pregunta por usted el caballero S para tratar un asunto de la más extrema gravedad.
   - ¡Ay maldito! -se lamentó el amo-, me has interrumpido en el punto más complicado y sutil del curso de mis pensamientos y temo que todas mis ideas, como pájaros en la jaula abierta, vuelen muy lejos de mí. Necesitaré varios años para recuperarlas por culpa de ese caballero S al que no recibiré ni hoy ni nunca, puesto que en nada le puedo servir ni él me ha de prestar el menor servicio. Dile que se vaya en mala hora y tú pon más atención en el cumplimiento de mis instrucciones porque me va mucho en ello y a ti también.

   Tomó buena nota el criado de esta última consideración y durante más de un lustro se atuvo estrictamente a a los preceptos de su amo, protegiendo su trabajo de cualquier influjo extraño. Empero llegó un día en que consideró el criado que no tenía más remedio que interrumpirlo y, no sin tomar en consideración las posibles consecuencias de su desacato, decidió una vez más sorprenderle en un momento de intensa reflexión.

   - Señor, -le dijo al entrar-, se trata de una dama que está decidida a entrar aun cuando usted no lo permita. Asegura que si es necesario recurrirá a la violencia y que no hay fuerza en el mundo capaz de impedirle la entrada.
   -¡Imbécil! Estaba a punto de llegar a la conclusión de mi pensamiento y has tenido que entrar tú para desbaratarlo de un golpe. Todo se ha venido abajo una vez más y ahora tendré que remontarme a mi primera idea si quiero llevarla hasta sus últimas consecuencias, esa definitiva verdad que tan cerca he estado de alcanzar. Dile a esa dama quien quiera que sea, que...Espera: ¿ Le has visto los ojos?
   - No.
    Se sentó de nuevo el sabio a recapacitar, y su mirada recorrió una vertical, desde el techo de su gabinete hasta el suelo, como si observara una lenta caída. Luego dijo al criado, tras un instante de vacilación, pero con tono firme:

   - Ahora todo está claro. Lo primero y lo último es lo mismo; lo comprendo perfectamente. He sido un ciego. Dile a la dama que pase.
   -Señor - respondió el criado-, yo no he dicho que la dama esté aquí. Tan sólo he dicho que me ha hecho saber que está decidida a entrar y que nada ni nadie la detendrá.
   - Y ahora que me ha obligado a admitir lo que nunca me detuve a considerar, ¿ crees que tardará mucho en venir?
   - Creo que piensa tardar algo, señor - respondió el criado.

Collage de Enma Cohen

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