jueves, 15 de marzo de 2012

Labor social

    Con una constancia aprendida en los libros, voy recogiendo las palabras que han caído en desuso. A veces tienen un aspecto fragante, por ejemplo, eufonía. La hallé suspendida de la rama de un árbol en una avenida grotesca salpicada de escaparates con maniquíes parlantes. Temblaba como un gorrión. Quizá algún desaprensivo director de orquesta, pagado de sí mismo, quién sabe si especialista en música electroacústica, la tiró por el balcón de su loft en un gesto de vanguardismo. Con paciencia la cogí y la introduje en una caja de madera con ruedas. A las palabras les viene bien un ir y venir gozoso, un tanto despreocupado; ya saben que cuando lleguen a casa tienen trabajo.  
                     
    Estas palabras abandonadas acusan a veces problemas de seguridad en sí mismas, les cuesta socializar un poco con sus compañeras de texto, incluso pueden llegar a las manos en peleas de párrafo de muy dudosa calaña. Para evitar estos problemas de convivencia las exilio a un diario íntimo, donde, en un ambiente más distendido, se conocen entre ellas y estrechan vínculos semánticos. Hay que ser prudente con los tiempos. Si pasan demasiados días dentro del diario íntimo pueden llegar a enamorarse gramaticalmente y luego son inseparables. En días felices organizo con ellas excursiones guiadas desde la estantería a la página en blanco. Una vez allí hacen meditación trascendental hasta caer agotadas. Momento que aprovecho para componerlas. Si consigo terminar el escrito antes de que alguna de ellas se despierte, ya no hay que tocarlas nunca más.

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