jueves, 8 de marzo de 2012

Uno del INEM.

   Pertenezco a esa minoría tan mayoritaria de personas que no tienen trabajo. Dentro de esa minoría milito en la sección de inemxistentes, es decir; que no recuerdo cuando fue la última vez que pasé a ponerme flores en uno de esos cementerios de la burocracia que llaman oficinas del INEM. El  Instituto Natural de Emociones Muertas fue creado para todas las personas que habiendo perdido la ilusión por vivir ocupadas en un oficio reconocido por la sociedad, ésta, no obstante (en un alarde de magnanimidad) les conserva a modo de pagaré eterno, la sublime esperanza de que algún día lograrán el acceso al grado de burgués acomodado, a cambio de la pequeña humillación de sellar cada dos meses un cartón de bingo en el que figura: un número de identificación equivalente a la cantidad de emociones que murieron camino de la oficina, el nombre del parado en cuestión y la fecha en la que ha de volverse por el mismo camino. O por otro. Las oficinas del kafkiano instituto suelen cambiar de ubicación con cierta frecuencia para desorientar a los incautos que vuelven periódicamente a cumplir el riguroso gesto de compunción.
   Dentro de estas oficinas siempre hay una funcionaria muy agradable y un funcionario de aspecto funeral, mucho más acorde al cometido que le da de comer. A éste señor quiero referirme. Ayer por la noche me lo crucé ( no es la primera vez) él sabe que lo he fichado mentalmente, conoce la naturaleza de mis investigaciones. Su manera de andar le delata. Camina sujeto a una rígida disciplina que le imponen sus botas de senderismo de lujo. Sus pasos son meticulosos y equilibrados, como el gesto displicente y desprovisto de sentimiento alguno con que estampa el sello de "a otra cosa" sobre el triste cartón del paria. Es joven. Quizá algo mayor que yo. Si te mira quiere decir que estás muerto, emotiva y socialmente acabado, como él. Al cruzármelo ayer le miré a los ojos con la cabeza un poco ladeada a la derecha y (no suele prodigarse) me espetó una fulminante saeta in ictu oculi con la que vino a decirme que el sí existía, y mucho más que yo. Se dio perfecta cuenta de que no me gusta nada como anda. A lo mejor a él tampoco le gusta que haya parias que escapan a su control. No se lo tendré en cuenta.



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