sábado, 26 de mayo de 2012

Pitágoras, un genio gilipollas

   Pitágoras fue un personaje tan admirable (era filósofo) como repugnante (era místico). Nació en la isla de Samos y fue hijo de Mnesarco, grabador de anillos. Sus maestros fueron Ferécides Siro y Hermodamante. Y, lo mismo que a unos, de jóvenes, les da por follar y no piensan, para su bien, en otra cosa, a Pitágoras lo único que le ponía cachondo eran los misterios. Y, como no le bastaba la iniciación en los misterios griegos de Eleusis, viajó a Egipto, Babilonia e incluso la India, de donde ya volvió irrecuperablemente idiota. En la India se inyectó en vena la doctrina de la transmigración de las almas y, a partir de ese momento, multiplicó por diez el cupo de gilipolleces diarias. Cuando viajaba a un país, lo primero que preguntaba era por los misterios de la región y,  en todas partes, se daba una buena ración de ejercicios espirituales. También hizo un viaje a Creta con Epiménides y visitó la célebre cueva del monte Ida, la patria de Zeus.

   Tras estos viajes, regresó a Samos, donde acababa de dar un golpe de estado Polícrates, a quien tan bien conocen los alemanes por la célebre balada de Schiller El anillo de Polícrates, inspirada en un pasaje de Herodoto. Pitágoras se indignó con este golpe de estado, pero no por sensibilidad democrática -que él nunca tuvo: siempre fue un dictador-, sino porque no soportaba al tirano, que, aunque es verdad que era una bestia (asesinó a un hermano suyo), era, además, un juerguista y había invitado a Anacreonte a su corte. Cuando Pitágoras abandonó Samos, dibujó un gran triángulo isósceles en la playa e inscribió en él una caricatura de Polícrates con cuernos. Después embarcó y emigró a Crotona, en el sur de Italia, donde, por cierto, este tan gran matemático, como gran cabrón, fundó un convento.

Las anécdotas de Grecia, Macedonia de humor. Ramón Irigoyen

2 comentarios:

  1. Corto se queda Irigoyen con su anécdotas pitagóricas, que son legión. Aunque la estancia en la India de la que habla no parece probable.
    Yo siempre he sentido envidia de la capacidad que tenía para escuchar la música de las esferas celestes en su marcha, la música celestial.
    Salud, Manuel.

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  2. Tengo aquí al lado el libro, uno hasta el momento no había leído sobre estos políticos y filósofos griegos nada parecido. Espero que la canción de Bilbao de Kurt Weill te haya gustado Miguel Ángel, puro cabaret, que estos tiempos a mi me suena lo más próximo a la música celestial. Lo que daría uno por escucharla y por tocarla, con sus armónicos construyendo una torre de cristal, frágil y hermosa.
    Salud, un abrazo afectuoso.

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