martes, 5 de junio de 2012

Epicuro (341-270 a. J.C.)

Ateísmo

Como Epicuro tenía el buen gusto de negar la providencia divina -artículo de fe ante el que se arrodillan todas las religiones del mundo -, su nombre, sinónimo de ateo irrecuperable, ha suscitado un infinito odio. Por supuesto, los escritores cristianos ha echado sapos, culebras y hasta hienas por sus boquitas de piñón contra la filosofía epicúrea. Pero también algunos escritores paganos, como el piadoso Plutarco o el conservador Cicerón, que era una especie de Fraga Iribarne, aunque, ay, con mucho mejor prosa que nuestro inmortal gallego, arremetieron crudamente contra el epicureísmo. No obstante, sólo excepcional, aunque virulentamente, se atacó a Epicuro como persona.
    - La filosofía de Epicuro es un crimen contra la divinidad y una imperdonable agresión contra la dignidad del hombre. Pero hay que reconocer que Epicuro fue un hombre honrado, sincero y frugal- escribió el teólogo Teléfenes de Corinto.
   Sin duda, su honradez, reconocida casi unánimemente, es la razón de que se halla respetado la persona de Epicuro. Pero también suscitó pasiones. El admirador más rendido de su filosofía fue el poeta latino Lucrecio, que canta las maravillas de Epicuro y de su filosofía en De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas).
   Un epicúreo notable de este siglo fue el pintor Ricardo Baroja, hermano de Pío, el gran novelista vasco. Su sobrino Julio Caro Baroja, en Los Baroja, prodigioso libro de memorias, cuenta con resentimiento el acoso eclesiástico de un sacerdote intruso que terminó colándose en el lecho de muerte del pintor y le encasquetó los santos óleos. Cuando el cura salió de la habitación, con el delito bien rematado, Ricardo Baroja le pidió a Julio Caro que le leyera un pasaje de la Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano, del británico Edward Gibbon, historiador del siglo XVIII, y unos versos del genial Lucrecio. Y Ricardo Baroja ya se murió con mejores augurios.

Cartas eróticas falsas

Entre sus enemigos - Posidonio El estoico, Nicolao, Sotión, Dionisio de Halicarnaso...-, el que fue más lejos en su odio es Diotimo el Estoico. Redactó cincuenta cartas eróticas y las publicó con el nombre de Epicuro. He aquí algunos fragmentos:
     
   Cuando ayer, Antímaco, me diste por el culo sentí que invadía mi cuerpo un salvaje bastón de plata untado en la leche de todas las estrellas del cielo.

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    Zorra, ven pronto a verme. Me estalla la polla y no encuentro ni un sólo agujero en las paredes de mi casa para aliviarme.

                                                                        ****
    ¿Recuerdas, Apamea, la carcajada que solté, hace unos días contigo, cuando me dijiste: "Venga, chico, córrete ya. ¿O te ha dado alguien un susto y se te ha quedado fosilizada la leche"?
                                                                        ****
    Siempre me ha gustado dormir con mi perro. Si él supiera hablar te contaría maravillas. Nuestras noches, verdaderamente, son muy entretenidas.
                                                                        ****
    Échame otro polvo, Crisipo. Tienes un capullo tan maravilloso que, cuando me follas, siento que hasta mis antepasados más remotos se estremecen en sus tumbas.

El servicio militar

A los dieciocho años, como exigía le ley, Epicuro suspendió sus estudios y, como hijo de ciudadanos atenienses, regreso a Atenas, en el 323 a, J.C., para servir a la dulce patria, requisito imprescindible para ser ciudadano de pleno derecho. En el ejercito hizo un amigo fantástico, el comediógrafo Menandro, que coincidía con él en que el principal deber del hombre es imponerse la felicidad incluso en las condiciones más adversas.
  - ¡Maldigo mil veces la cuna de Zeus! ¡Qué burros son los militares! -dijo Menandro un día en que su compañía fue castigada por orden del taxiarca a hacer una marcha nocturna de seis horas.
  - Estoy de patria hasta los cojones- le contestó Epicuro-. ¡Ojalá un terremoto se trague a todos los ejércitos del mundo! No hay nada como unos meses en el ejército para perder, para siempre, la fe en la providencia divina. ¡Mi querido Menandro, cómo me ayudan a vivir tus blasfemias!
Filósofo sonriente de Ribera.

de Las anécdotas de Grecia, Macedonia de humor, Ramón Irigoyen.

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