lunes, 13 de agosto de 2012

SOBRE LAS IMÁGENES EN LA LÍRICA / Antonio Machado

( Al margen de un libro de V. Huidobro)



   Son tantas y tan fáciles las objeciones que pudiera hacer a una lírica que sólo se cura de crear imágenes, que casi me inclino a prescindir de todas ellas, a renunciar a su exposición, pensando que de puro obvias, se habrán presentado con sobrada frecuencia a la reflexión de los nuevos poetas. Y siendo así, lo honrado, en crítica, es buscar las nuevas razones que justifiquen esta pertinaz manera de ver, tan en pugna con la mía, antes que ejercer el poco airoso oficio de repetidor de viejos tópicos que los novísimos poetas conocen desdeñan.


    Sin embargo, las nuevas razones no han de ser, si algo son, una creación ex nihilo de la razón pura, sino una superación de las viejas. ¿Por qué, pues, no recordar, sin pesadez, lo que hace veinticinco años pensaba yo sobre el uso de las metáforas? Así, acaso veamos las nuevas razones surgir de las viejas, merced a la dialéctica inmanente a todo pensar.

   Mi opinión era ésta: las metáforas no son nada por sí mismas. No tienen otro valor que el de un medio de expresión indirecto de lo que carece en el lenguaje omnibus de expresión directa. Si entre el hablar y el sentir hubiera perfecta conmensurabilidad, el empleo de las metáforas sería, no sólo superfluo, sino perjudicial a la expresión1. Mallarmé vio a medias esta verdad. Él ha visto bien claro, y lo dice en términos expresos: parler n'a trait à la realité des choses que comercialement; pero en su lírica, y aún su preceptiva, se advierte la creencia supersticiosa en la virtud mágica del enigma. Esta es la parte realmente débil de su obra. Crear enigmas artificialmente es algo tan imposible como alcanzar las verdades absolutas. Pueden sí, fabricarse misteriosas baratijas, figurillas de bazar que lleven en el hueco vientre algo que, al agitarse, suene; pero los enigmas no son de confección humana: las realidad los pone y, allí donde están, los buscará la mente reflexiva con el ánimo de penetrarlos, no de recrearse en ellos. Sólo un espíritu trivial, una inteligencia limitada al radio de la sensación, puede recrearse enturbiando conceptos con metáforas, creando obscuridades por la supresión de los nexos lógicos, trasegando el pensamiento vulgar para cambiarle las oes sin mejorarle de contenido.
   Silenciar los nombres directos de las cosas, cuando las cosas tienen nombres directos, ¡qué estupidez! Pero Mallarmé sabía también, y éste es su fuerte, que hay hondas realidades que carecen de nombre, y que el lenguaje, que empleamos para entendernos, unos hombres con otros, sólo expresa lo convencional, lo objetivo, entendiendo aquí por objetivo lo vacío de subjetividad, es decir, los términos abstractos en que los hombres pueden convenir, por eliminación de todo contenido psíquico individual. En la lírica, imágenes y metáforas serán, pues, de buena ley cuando se emplean para suplir la falta de nombres propios y de conceptos únicos, que requiere la expresión de lo intuitivo, pero nunca para revestir lo genérico y convencional. Los buenos poetas son parcos en el empleo de metáforas; pero sus metáforas, a veces, son verdaderas creaciones.

   En San Juan de la Cruz, acaso el más hondo lírico español, la metáfora nunca aparece  sino cuando el sentir rebosa su cauce lógico, en momentos profundamente emotivos.

                                   En la noche dichosa,
                                               en secreto, que nadie, me veía,
                                               ni yo miraba cosa,
                                               sin otra luz ni guía
                                               sino la que en el corazón ardía.

    La imagen aparece por un súbito incremento del caudal del sentir apasionado, y, una vez creada, es ella a su vez creadora, y engendra, por su contenido emotivo, la estrofa siguiente:

                                    Aquesta me guiaba
                                                más cierto que la luz del mediodía, etc

    ¡Cuán lejos estamos aquí de la abigarrada imaginería de los poetas conceptuales y barrocos, que aparecerán más tarde, cuando, en realidad, la lírica ha muerto ya!
                                                                   *
                                                            *           *
    Para conocer el barroco literario español, no hay que olvidar el tránsito de la intuición al concepto, que en pocos años se opera en nuestros poetas. Por si algún día se hace en España lo que el admirable Clarín llamaba crítica interna, dejemos apuntado esto: con San Juan de la Cruz y Lope de Vega, estamos en clima espiritual que no es el del Góngora culterano, el de Quevedo y el de Calderón.



NOTA DE A. MACHADO

1. El barroco literario español ha empleado frecuentemente las metáforas para cobertura de conceptos. Ha hecho algo peor: un uso lógico, conceptual de las metáforas. Fue Calderón, no Góngora, quien a mi juicio, tuvo entre algunas excelencias mayores, la maestría del uso superfluo de las metáforas.

                                       Rendid las armas y vidas,
                                       o aquesta pistola, áspid
                                       de metal, (escupirá),
                                       el veneno penetrante
                                       de dos balas, cuyo fuego
                                       será escándalo del aire.

Tal dice el viejo Clotaldo en la Vida es Sueño cuando sorprende a Rosaura y Clarín junto a la torre de Segismundo. Se diría que la amenaza no puede cumplirse de puro retórica. En el Convidado de Piedra, de Tirso de Molina, hay otro curioso ejemplo de empleo absurdo de la metáfora, digno del más barroco Calderón. Don Gonzalo, herido por la bala de Don Juan, exclama: "La barbacana caída / de la torre de mi honor / que me has robado, traidor / donde era alcaide la vida."



   

5 comentarios:

  1. y habrá de arder el imposible, esa metáfora urgente que nace de la dislocación, de la pérdida total de la lírica

    un abrazo y salud

    ResponderEliminar
  2. La metáfora directa, dislocada, sin trámite barroco, hija del surrealismo arderá mucho y bien, eso deseo.

    Un abrazo

    Manuel

    ResponderEliminar
  3. ah pero lo nacido del surrealismo al arder suelta nuevas llamas que el dislocamiento ha de aprender a apagar, si acaso se puede...

    ResponderEliminar
  4. Apagar no sé, mientras arde purifica.

    Salud

    ResponderEliminar
  5. Pues que siga el efecto purificador.

    Andri

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...