sábado, 9 de marzo de 2013

EL ATREZZO


Ya lo conté aquí no hace mucho. En el pueblo de mi novia se desviven por los forasteros que de vez en cuando nos acercamos a estas tierras surrealistas.         Una sola calle en espiral hasta el meollo donde el alcalde, el cura, un guardia civil y dos payasos, se disputan en qué esquina vivió el insigne poeta , santo y músico Güido d'Atrezzo, esperando así redimir a todos los mortales con una interpretación de la partitura favorable al sentir general, y una cierta expectativa de negocio turísitico; da miedo.
       Margarita insiste en que me prepare para guía cultural. En el pueblo perviven  aún en pie unas joyas modestas del barroco flamígero. Una ermita que llaman de San Güido, y el actual guia del villorrio, conocido familiarmente como El Atrezzo.
        Este popular señor vive en una locomotora de tren abandonada a la salida del poblado , al pie del otero donde la singular ermita ondea por las tardes una tibias llamaradas de fe hacia los sencillos habitantes.



          Así que, sugestionado por el aura de misterio y sabiduría que precede a este señor me encamino hacia su morada y toco en este mismo instante la campanita de avisos de la locomotora. Con lentitud pero de manera muy solicita, un caballero desarrapado con una gran melena hecha de plumas de pato y cuidadísimas pelusas de escenario, ha asomado la cabeza por un ventanuco:
          -Usted debe de ser el novio de Margarita, pase por favor, muy honrado con su visita  - me dijo- moviendo como un péndulo el brazo-. El interior de la locomotora era una capilla repleta de objetos de la más distinta procedencia, que maceraban al calor de la chimenea una ilusoria apariencia de beatitud. Me llamó la atención una cuerda curva suspendida sobre el techo que parecía ser la bocina del tren. El señor Atrezzo intervino con audacia cuando fui a tirar de ella.
    -No haga eso, amigo, en esa cuerda se guarda el mejor secreto de esta aldea...- ¿cómo? -repuse- ¿qué sucede cuando se tira de ella?
                                   -Asómese a esta ventanilla- me indicó- y podrá verlo.
Me asomé. La Ermita de San Güido dormitaba con unas urracas nerviosas sobre la cruz cuando de pronto, el monumento cayó para atrás haciendo un estruendo de tormenta, con una fachada de cartón piedra. Asombrado miré al guía del pueblo, que me observaba con escepticismo no bien disimulado de gratitud, y me dijo:
                                   - Ya ve, amigo, era todo atrezzo.
                         
Dibujo de Carl Kylberg

2 comentarios:

  1. Muy bueno pero, la vida ¿no es atrezzo, o por lo menos no lo es una gran parte? ¿No lo son los sentimientos muchas veces? ¿No lo es la política? Cuando paseamos por nuestra ciudad, y miramos por ejemplo los estanques del Alcázar, son atrezzo, los construyeron en los cincuenta. Y la mayoría de los monumentos y sus reformas, son atrezzo, de lo que fueron. Da gusto leerte Manuel, pero es difícil seguirte por lo prolífico. Salud compañero.

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    Respuestas
    1. No te preocupes en seguirme exahustivamente, Paco, me basta con estas visitas tan amables. Sí, tienes razón, en gran parte la vida es un atrezzo que hemos de sostener con dignidad y buen humor.
      Salud y un abrazo, amigo

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