viernes, 5 de abril de 2013

ESDRÚ JULAY Y EL RUBOR IDEAL

Él no tiene novia. Ella tampoco. Este desencuentro que afecta a una mujer desconocida, quizás aún no nacida, ocupa en la vida del búho poeta un lugar central: es al corazón, lo que un puesto de chucherías para los chiquillos del barrio, un paraíso enlatado donde, por un precio de risa se descubre el recortable de submarinista y la batalla de las ardenas, el primer pitillo y la pistola de agua.
     Su vida sentimental se concentra en minúsculos estragos neuromotores que le recorren la espalda cada vez que una mujer sospechosa de encarnar este ideal de amor infantil, el único por otra parte que merece la pena, entra en escena. Esdrú no se conforma con amores platónicos, son ligeros y combustibles, como el fósforo de una cerilla, duran lo que un caramelo a la puerta de un colegio, cuando se apagan, dan un tufillo triste a crematorio de gorrión, a exequias con hormigas plañideras que lloran a menos mil decibelios con infinita tristeza subterránea.
     Esdrú Julay procura, con una constancia digna de encomio, componer su torpe aspecto desaliñado (pelo al tiempo ralo y profuso, mancha de aceite en el pantalón, camisas ligeramente mohosas...) pero ha comprendido que todo esto no son sino apariencias que no afectan el alma, que forman la superficie inestable del presente, sobre la que una relación podría iniciarse, si no fuera por la importancia que las mujeres dan, sirva el pleonasmo, a la apariencia.
    El búho poeta lo ha visto claro, ha encontrado de paseo a Marlene Dietrich, se ha quedado perplejo ante esa inefable belleza fotogénica. Ha sentido lo que llaman un RUBOR a primera vista, sin palabras. Una especie de epopeya de popeye el marino, un amor a babor, una novia Olivia. Esta confusión de gramática parda hundió a Esdrú Julay en estado de trance poético y compuso un endecha:
                                  Olivia, soy un poco bruto.
                                  Me gustan los tebeos,
                                  el brazo de gitano para merendar.

                                  Pero soy sincero como lágrima de perro.
                                  Soy bueno como el ojo de un buey,
                                  padre de la gran manada
                                  que al amanecer expande
                                  en generosas bocanadas,
                                  el saludo al astro rey.
   Y Marlene esbozó una sonrisa, una de esas sonrisas que ahora, los activistas poéticos de la zona de Bariloche dicen que hace callar todas las bocas. Porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe. Y Marlene se puso sus gafitas de cíclope, y se fue.

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