miércoles, 3 de abril de 2013

MIRADOR DE LAS MASCOTAS

La primera vez que vine al pueblo de Margarita me perdí porque tiene una sola calle en espiral hasta la plaza principal. Todo lo curvo me produce una angustia metafísica. Hace un mes volví, interesándome en especial por una ermita barroca que resultó ser una fachada de cartón piedra. Qué me espera hoy, es un misterio que despierta en mí, a partes iguales, una mezcla de inquietud y curiosidad mórbida.
   Por lo pronto hace un tiempo esperanzador, la primavera ha llegado al pueblo igual que yo, con la sana intención de que ocurra cualquier cosa. Voy a saludar a Margarita, podría pensar si no lo hago, que vengo sólo a disfrutar de las fantásticas peculiaridades de este villorrio del demonio.
Llamo a su puerta y sale, como siempre, con esa sonrisa pinturera de mozuela que acaba de hacer cuatro o cinco camas en un periquete:
      - ¿Alma de cántaro? te vi a esfaratar la cara de un guantaso por venir sin avisar, estoy muliada, aspérame un ratito, vamo a desí do hora pa que marregle. Le dí un beso (ella no se acuerda nunca de esos formalismos de enamorados, va a lo suyo como tiene que ser) y le dije:
      - Margarita, date el tiempo que quieras, mientras tanto me doy un paseo por las afueras, ya sabes que me gusta la bucólica estampa del pueblo dormido sobre la campiña vegetariana.
      - ¿Bucólica?- dijo, con ese tonillo admonitorio típico de las mujeres andaluzas, síntoma de que han estudiado en la hunibersidad de la bida- un bucólico nefrítico te va a dar un día con tus tertulias literarias, de pimplarte una dosena de copas de amontillao.
   Le marqué otro beso peluquero en la sien y me fui tan campante. Se me ocurrió que podía hacerle una visita al maestro Perfumo Infantes, un profesor de primaria jubilado que tiene fama de hacer unos cafés a la antigua, con colador de paño, exquisitos, y gran conversador:
      - ¡Hombre, Aparicio!- me dijo, cuando asomé la cabeza por el umbral de la puerta- pasa, ¿dónde te has dejao a Margarita?
      - Plantada en una maceta con un mantillo holandés de la mejor calidad, ya sabes que las mujeres hasta que no se ven como las flores de bonitas no salen a la calle, a no ser que sean catedráticas feministas, claro. Levantó una sonora carcajada de barítono, que salió rodando por el aparador y se llevó por delante un bonsai de plástico.
      - Ese humor cáustico que tienes, te traerá problemas, muchacho. Vamos a dar un paseo hasta el Mirador de las mascotas, hay una vista de Entrepiernas fabulosa.-
   No vayan a pensar que Perfumo es un viejo verde como hay tantos, que se les cae la baba por un buen culo, es que el pueblo de Margarita se llama así, ya les digo que se las apañan como sea para atraer el turismo.
   Con las mismas, hicimos el paseo en espiral hasta salir del pueblo y subimos al mirador; el día seguía despejado y un coro de pajarillos multicolores cantaba un tedeum a cuatro voces celebrando las maravillas de la madre Natura. Cuando estuvimos ya arriba, la visual de Entrepiernas era más bien poca cosa, pero, de pronto, apareció planeando en el cielo un perro salchicha descomunal.
   Con el rostro desencajado, miré a Don Perfumo, que estaba como si nada, y le pregunté:
       - Maestro ¿no está usted viendo como yo lo que se nos viene encima?
       -¿Te refieres a esa nube con forma de perro salchicha? - repuso, mirándome con un dejo de ironía, como si fuera lo más normal del mundo.
       - Claro Don Perfumo - le contesté-, es que es primavera y el sol luce con fuerza ya.
       - No se deje llevar por las apariencias joven ¿ no ve que hace un día pérrimo?.
   Efectivamente, al rato, sin venir a cuento, empezó a mear o a llover, no recuerdo bien. Pero el olor a tierra mojada me encanta.
Dibujos de Carl Kyberg

   
   

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