lunes, 29 de abril de 2013

MUERTE EN EL METRO

Mi vida es un suplicio. Sola. He soportado humillaciones que harían enrojecer, sólo al oirlas, a un capitán de barco. Siempre fui una niña alocada y graciosa, la despreocupación brillaba en mis ojos como dos estrellas que titilan sobre la pesadumbre pueril de un aburrimiento oscuro como ellos. Tengo un sentido especial para la picaresca, no me fue difícil buscarme la vida de una manera humorística, a lo payaso triste. Manejo bien las cejas. En algún momento sagrado para mí, concebí la idea de desertar, de alguna subrepticia manera, de la gravedad de estar viva, hurtando así al destino la posibilidad de herirme en la parte más débil de mi esqueleto: pensé que con los besos y la voz del silencio junto a un hombre bastaría, para leer esa parte del guión.
     Aunque bien sabía de los hombres, me hundí con ellos, esos imitadores baratos de Ulises, en el gran tema literario del amor. Naufragué en las postrimerías filosóficas de un músico, un corazón de violín o pluma de tinieblas, un poetastro de economato para parias con fe en la cultura o algo así; tan penélope, que va a la fuente como el fondo de un cántaro vacío que estuviese repleto de un aire pomposo a bohemia desclasada. Una pena de hombre, pero le suena el corazón a limpio.
    Ya ven, venía a hablarles de mí...soy generosa para algunas cosas importantes como deshojar un calendario...presidiaria de la caricia, hesitando con un hilo de amor aquel viaje a París. No hubo nunca en mi vida una ilusión más bella, ni un calor más preciado para mí que el de otro cuerpo, y a ello debo mi fe de mujer libre, desasistida de la ley, con rubores de manzana en las mejillas. No crean que lo delicado evita que se manifieste el lado reptante de una fémina, su implacable farol húmedo o escopeta de cieno a la cara. Hay mucho guapete por ahí, crédulo de ser la caraba en bicicleta de seis alas, que mira para otro lado en la foto.
    Qué más puedo decir, no veo la dignidad de que la empujen a una sin querer al foso del andén, al menos aún estoy muerta para contarlo.
Predestinados, de Rafael Barradas


3 comentarios:

  1. Indignos sucesores de Ulises, no habéis sabido sostener la tea sagrada, ¡que la ira de las Furias se abalancen sobre vosotros! Qué lejos de la añorada Ítaca algunas almas masculinas, qué distantes de la valentía que conocieron Calipso y la maga Circe. Qué sacrilegio maldito arrojando mi cuerpo a las vías del tren, preparaos para la inminente justcia que clama ya mirándome.

    Impactante Manuel, un placer.

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    1. Gracias, Meri Pas, no hay que olvidar tampoco que el género penélope, también ha perdido facultades.
      Salud

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  2. Cuidado con las Penelopes que se rinden ante Odiseos poetastros que tratan de cantar como sirenas. Al final acaban todos naufragando.
    Menos mal que el próximo metro pasará abarrotado sin fijarse siquiera.
    Salud

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