domingo, 25 de agosto de 2013

QUIÉN SOY YO / B.Hrabal, 8ª entrega



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Ahora cuando me miro no sólo a mí mismo sino a los acontecimientos políticos del mundo, me doy cuenta de que el arte es su reflejo. Goethe mismo quiso ver a Napoleón y, sentado en su antesala en París, pudo comprobar que ante Napoleón no sólo temblaban sus generales sino que, antes de encontrarse cara a cara con el hombre que había sacudido Europa, también él temblaba. Beethoven estaba tan entusiasmado con Napoleón y las ideas que éste ponía en práctica, que en su honor escribió la sinfonía Heroica. Poco importa si la hizo jirones cuando Napoleón se hubo proclamado emperador. El Manifiesto comunista de Marx se encontró reflejado en Mallarmé, que completó la frase de Marx «cambiar el mundo» con la divisa poética moderna «cambiar las palabras». Y hay que añadir que Rimbaud, el año 1871, llevó a término una revolución de cuyo alcance era perfectamente consciente, y me parece que no sólo en la forma sino también en el contenido de su arte; los impresionistas arrancaron la mitología del mundo burgués. Hicieron la pintura más humana, la acercaron al hombre corriente, alabando las capitales y las muchedumbres que llenan sus calles. Creo que con su naturalismo Zola purificó el mundo clásico hablando a favor del huomo qualunque. Y Vincent van Gogh y Toulouse-Lautrec y Gauguin simpatizaron con la transformación de la ideología burguesa en democracia. Me parece que Hojas de hierba, de Walt Whitman, apareció más o menos en el mismo año que El manifiesto de Marx, y diría que Las flores del mal de Baudelaire van estrechamente unidas con el final del arte clásico que dio paso a la poesía de la vida cotidiana hasta tal punto que le acusaron y condenaron por haberse tomado demasiada libertad en su expresión poética. Creo que con su cubismo analítico Picasso hundió la poética burguesa clásica, aunque más tarde con frecuencia volvió a ella. Y he aquí Edvard Munch y Egon Schiele y los dadaístas que pusieron en práctica la consigna de Mallarmé «cambiar las palabras», y la de Rimbaud: «cambiar la vida», y la de Marx: «cambiar el mundo». Y he aquí que el grupo poético de los surrealistas participó, durante poco tiempo pero profundamente, en la transformación revolucionaria del mundo: posiblemente en aquella época nadie como los surrealistas iban más estrechamente unidos a Marx y Lenin y Trotski y su revolución permanente. Me parece que incluso yo mismo he participado en la ley del reflejo de las ideas políticas y los acontecimientos políticos, y mucho más de lo que suponía. El mundo perfumado, ese libro que Teige escribió como manifiesto del poetismo, ese libro que en 1936, cuando me empezó a interesar la poesía, era la Biblia para mí, pues ese libro también estaba influido por el concepto de modernidad de Mallarmé y de Rimbaud.

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