sábado, 17 de agosto de 2013

QUIÉN SOY YO / Bohumil Hrabal, 2ª entrega

       


     No vivo ni mejor ni peor que cuando, o si, en el Castillo de Praga residía, o residiera, el gobernador imperial de la dinastía de los Habsburgo. Me preocupa tanto forjarme a mí mismo, mis íntimos me crean tantos problemas que no me queda tiempo de pensar en ningún cambio político; hasta el punto de que ignoro de qué hablan los que desean un cambio político, tan ocupado estoy cambiándome a mí mismo. Quisiera alcanzar el cielo para, una vez allí, poder decir algo de mí mismo, soy aquel que... De momento no soy nada más que mi mala conciencia. Creía que las cosas que me sucedían me sucedían sólo a mí; me sentía tan avergonzado, tan tímido; por eso, cuando enseñaba a alguien mis textos, le decía que eran de otro, tanto me desconcertaban mis textos, tanto me avergonzaban. Y sólo después de haber conocido el mundo, de haber aprendido a darme a los demás, de haberme dado cuenta en las tabernas, y no sin júbilo, que lo que yo creía que sólo me ocurría a mí pasaba en realidad también a los demás, sólo entonces empecé a tener coraje y a no sentirme tan solo. Y de tanto escuchar a los demás me di cuenta de que mis mayores secretos, las cosas más terribles, los momentos de más intensa soledad y de más tierna intimidad no eran mi enfermedad secreta, sino que también los demás sufrían del mismo mal, aún más desgarrador; que las mismas descargas que a mí me mortifican oscilan en cada miembro de la comunidad, por más numerosa que sea, y es que habiendo escuchado tantas confesiones en labios de otros empecé a creer que lo que a ellos les sucedía en realidad me había ocurrido a mí, y convertí sus experiencias en mías. Así ellos me fortalecieron, me animaron a aventurarme a pisar el hielo más fino, a subir al techo que amenazaba con hundirse y con romperme el alma; empecé a infundirme coraje para convertir las historias de taberna en mis propias experiencias.

La taberna nunca ha sido para mí un despacho o un confesionario, nunca fui allí a preguntar nada, me limitaba a escuchar plácidamente, evitaba cualquier parecido con el periodista que prepara un reportaje o un sondeo de opinión pública, simplemente me sentaba y bebía y escuchaba y esperaba, y de repente, como cuando, empujado por el ímpetu, por la necesidad, sin que lo quiera me pongo a escribir, de igual modo en la taberna, la gente de mi mesa se ponía a contar lo que podía parecer provocador y perverso, incluso repugnante, bordeando el asesinato o el incesto... En momentos como ése, pues, allí, en la taberna, era como si hablara conmigo mismo, como si tuviera ante mí a mi fiscal y a mi confesor a un tiempo, incluso me parecía como si aquel narrador y autoacusador hubiese venido, o hubiese nacido, sólo para ayudarme a soportar mi múltiples rarezas y desviaciones, mis deseos más íntimos, mis perversiones... Me esfuerzo por alcanzar un profundo inconsciente trasladando todas esas cosas al subconsciente y sólo después intento iluminar mi vida pasada desde una clara conciencia, lo hago para salvarme, para curarme con su explicación, curarme y cicatrizarme poco a poco. Mi literatura, mis textos no son nada más que la búsqueda de mi tiempo perdido, una búsqueda que me deja boquiabierto y me divierte; es por eso que doy tanta importancia al hecho de que mis textos sean entretenidos: porque me divierten a mí mismo en la dificultad de la búsqueda. Si soy un subnormal, lo soy involuntariamente, no me esfuerzo en escribir lo que ya sé sino en buscar lo que ignoro. Pues bien, no hago lo que quiero sino lo que no quiero, sé perfectamente que hay que orinar contra el viento, que hay que quemarse con lo que no se puede apagar. Me encuentro compareciendo ante mi propio juicio, un juicio interior que consiste en un largo interrogatorio, en el que yo soy la acusación y la defensa al mismo tiempo, el fiscal y el abogado defensor. Esa manera mía de escribir conlleva que las paralelas se crucen, que sea yo quien me interrumpa a mí mismo, y es que no se puede adelantar sino a través de un monólogo interior interrumpido por la intromisión de las cosas externas. De modo que mis textos son un reflejo de mi camino, día tras día, mes tras mes, año tras año, aunque no será así ad infinitum sino sólo hasta que llegue la hora postrera, hasta entonces he de mantenerme lleno de tensión creativa, hasta esa hora en la que me será presentada la factura, la cuenta de mis gastos en esa gigantesca taberna que es para mí el mundo. Hasta entonces voy tirando a la buena de Dios, todos mis gastos están apuntados en el marco de una puerta abierta a través de la cual contemplo el mundo que se me ofrece fantásticamente maravilloso, del que describo sólo aquellos fragmentos que un día deben convertirse en mis circunstancias atenuantes, aunque sé que en realidad no pueden redimir mi culpabilidad por haber vivido, sino que más bien agravarán mi situación, que me declararán definitivamente culpable... De momento mis textos son para mí el castigo por rondar entre el crimen y la inocencia, por aplazar el ajuste de cuentas y el veredicto, por haberme convertido, en cierta manera, en lo que siempre deseé ser, un poeta maldito. Sólo ahora, cuando mi persona me horroriza, cuando envío a mi juicio lo que hay en las entrañas de mi inconsciente, ahora, consciente de mi pasado, hago la señal de la cruz sobre mí mismo, un gesto desesperado, sabiendo que la absolución es imposible, e intento sacar fuerzas de flaqueza y, en los textos y por medio de ellos, soportar el sentimiento de culpa. Y esbozo la mueca de una sonrisa. He aquí mi humor negro, el humor del ahorcado, como decimos los checos... mi ironía praguense.

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