domingo, 1 de septiembre de 2013

LENGUAS DE TRAPO: novelilla autobiológica, 2º capítulo

Sí, el sillón o el sofá eran esos lugares de privilegio donde dormitaba la abuela, que parecía muchas veces ella misma un mueble amable, una sonrisa de oreja a oreja del sillón con su piel tan blanca y sus pequeñas manos de cuidadora de los niños bien, y sobre todo con su pelo blanco que parecía se lo había dejado así una nube de bondad al pasarle por encima de la cabeza y aunque era una señora muy cristiana yo nunca la vi descomponiéndose como una bruja sin escoba por los pasillos a causa del libertinaje, la bebida, las drogas, las fiestas y todas esas cosas que nuestros padres cuando nosotros no teníamos uso de conciencia aprovechaban de vez en cuando para hacer, ellos tenían un cámara de super-ocho con su correspondiente pantalla y proyector y dos maletines, uno para nuestras películas y otro para las de adultos, veíamos Tom y Jerry, La Pantera Rosa, todo era bastante aburrido hasta que un día, con la confusión de no meter las cintas en su sitio, mi padre, cuando teníamos seis años puso una película que se llamaba Blancanieves y los siete enanitos, pero se conoce que puso la versión para las personas con conocimiento de causa porque a mi hermano y a mí aquello nos pareció muy poco interesante porque salían los enanitos blandiendo unas porras con las que azotaban impunemente a Blancanieves, martirizándola sin venir a cuento y le perdimos el interés pronto, justo un poco después de que mi padre, colorado como un tomate la cambiara por el cuento de Los Tres Cerditos, con el que aprendimos algo de arquitectura y albañilería y como funcionan las agencias inmobiliarias, todo esto claro no lo supo nunca la abuela y si se enteró alguna vez, seguramente fue aquella ocasión en que se cayó rodando por las escaleras de caracol la pobre y se puso tan malita que estuvo a punto de repatriarse pero no nos llevaban a verla no fuese a ser que nos asustáramos de ver a aquél ángel del señor a punto de ascender a su gloria a través de las sábanas blancas del sanatorio, cosas de los padres que creen que a los chiquillos con esas edades tempranas nos importa realmente la salud de la abuela ni del presidente Kennedy, por cierto que cuando pusieron las imágenes del magnicidio en el televisor nos reímos mi hermano Curro y yo (que me llamo Lolo) porque el tal presidente parecía dentro del coche una marioneta en manos de su esposa y daba risa de verlo bambolearse como un tentetieso, luego con el tiempo hemos aprendido la gravedad de los magnicidios y del maltrato animal y la conveniencia de no ponderar los acontecimientos políticos de la Era Contemporránea a la buena de dios... 
 
pero por aquella época de mocosos todas esas efemérides eran para nosotros algo de lo más normal y creo que las saludábamos con un sano buen humor que ahora por desgracia se ha perdido debido a la increíble estupidez con que la opinión pública, que siempre es como el hermano mayor y tonto de la familia, ejerce sobre el resto de sus congéneres uniformando ridículamente las conciencias, en aquella época nada, con un rigor estupendo por ejemplo ya con diez añitos cuando salían los payasos de la tele y decían aquello de "cómo están ustedes" le respondíamos "fatal, peor que nunca" y nos reíamos a carcajada limpia y nos parecía inconcebible que fuesen tan subnormales y nosotros tan listos y por eso esa gran deuda de gratitud que todos los niños de nuestra generación debemos tener con Fofó and company, porque nos hicieron ver muy pronto la tontería tan gorda que tenían encima todos los payasos del mundo aunque no llevasen una nariz roja postiza: a partir de entonces todo aquel que se acercara a nosotros con una sonrisa congestionada o suavona a decirnos pero qué niños tan guapos cómo estáis ya era sospechoso de ser un imbécil y todo gracias a Fofito.

2 comentarios:

  1. Yo era una mocosa parecida. Esta autobiología me la calzo como un guante, jiji...

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