sábado, 2 de noviembre de 2013

LA MOMIA DEL FARAÓN NEFRÍTICO


Todo jeroglífico tiene algo de maléfico. Por hiperbólico contiene el germen de lo diabólico: hasta que llega un científico, normalmente un señor con tintes honoríficos, un escritor prolífico de un genero específico con un carácter por lo común, pacífico, capaz de desentrañar ortográficos enigmas tallados en la piedra por algún beatífico artista egipcio. El mensaje que esconde, en apariencia caótico y estrófico, la columna del templo de Luxor en líricos dibujos estrambóticos, cuya simbólica y telegráfica sucesión sería inasequible para los anémicos habitante de El Cairo, vendría a decir, con lógica benéfica, que aquel que se atreva a robar en la tumba de la faraónica momia, padecerá cólicos nefertíticos hasta la consumación hipertrófica de su cuerpo, convertido en un amasijo metabólico; en un atrófico conjunto de huesos, de aspecto terrífico. Cuando el doctor Lívido penetró en la cámara mortuoria, los dientes de la momia del faraón Nefrítico parecían haber sido frotados con dentífrico.

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