jueves, 26 de diciembre de 2013

El arte de escribir, de R.L.Stevenson


Podemos ahora enumerar brevemente los elementos del estilo. Tenemos, como características propias del prosista: la habilidad de mantener frases largas, rítmicas y agradables al oído, sin permitir que caigan en una métrica estricta; propias del escritor de versos: la tarea de combinar y contrastar su doble, triple y cuádruple entramado, pies y grupos, lógica y métrica, de modo que armonicen en su diversidad; comunes a ambos: la tarea de combinar artísticamente las materias primas del lenguaje en frases que se vuelvan musicales en los labios, la tarea de hilar su argumento en un tejido de frases comprometidas y de párrafos acabados siendo ello particularmente necesario en el caso de la prosa; asimismo, común para ambos, la tarea de seleccionar palabras acertadas, explícitas y comunicativas. Comenzamos a ver ahora qué asunto tan intrincado es cualquier pasaje literario perfecto, cuántas facultades, de buen gusto o de puro raciocinio, deben ser puestas en juego para conseguirlo; y por qué, cuando se ha conseguido, nos proporciona un placer tan completo. Desde la disposición de según qué letras, que es, a un tiempo, arabesca y sensual, hasta la arquitectura de la frase elegante y elocuente, que es un acto vigoroso de puro intelecto, apenas hay alguna facultad humana que no se haya ejercitado. No debemos, pues, maravillarnos de que sean tan raras las frases perfectas, ni de que las páginas perfectas lo sean aún más.


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