miércoles, 5 de marzo de 2014

CARTA A GEORGE WASHINGTON

                                                                                                3 de Junio de 1791


Excelentísimo Señor Washington:
 
   Soy un modesto agricultor de Virginia dedicado a la cría y el cultivo de caracolas presidente. Este año la cosecha ha sido una catástrofe, si me permite la expresión, una mierda. El granizo del invierno pasado destrozó mi cobertizo arruinándome toda la producción de caracoles. Le aseguro que no olvido la gallardía con la que nos condujo usted a la victoria en la batalla de Princeton, con que bizarra determinación supo arengarnos antes de aquella terrible escabechina en que los caracoles éramos nosotros y nos llovía un granizo de mortero y balas demoledor. En estas noches de aciago desconsuelo, viendo mis delicados caracoles agonizar en las bateas que acondicioné para ellos con mimo de científico, he recordado a mis compañeros muertos en aquella heroica batalla. Honda desazón, ilustre prohombre de la patria, sólo mitigada por alguna botella de qüisqui; quizá sea este cúmulo de desgracias, pasadas y presentes, las que han sugestionado mi espíritu, y esta noche he soñado con el consejo de ministros. Paso brevemente a relatarle mi pesadilla, confío en que sabrá disculpar el tiempo que le robo en atención a un antiguo combatiente que dio parte de la cara y un brazo (además de una novia lindísima de ojos garzos con la que me iba a casar) por la independencia de este hermoso país.
   Presidía usted el consejo de los padres de la nación, como es habitual en su señoría, muy dignamente vestido y en sus cabellos lucían blancas ondas que al girar la cabeza hacia sus interlocutores daban reflejos azulados. Se dirigía usted a ellos proponiéndoles un impuesto especial sobre las bebidas alcohólicas cuando, muy poco a poco, de manera imperceptible y angustiosa, su noble cabellera se ha ido convirtiendo en la cáscara de una caracola presidente, mientras su cuerpo iba menguando hasta transformarse en una babosa gigante que ocupaba la mesa del despacho de usía. Usted por supuesto no se inmutaba, pero, lo que era aún más terrible: todos los consejeros asentían tranquilamente sin percatarse de que su señoría era ya una descomunal y apestosa caracola pontificando una consigna puritana contra las bebidas espiritosas y un panegírico de las buenas costumbres. Al término de su exposición los padres de la nación, tras dar el sí a esta descabellada iniciativa, se limpiaron los trajes de la baba que usted, en el ardor del discurso, les echó encima. Luego aparecían en mi sueño unos titulares del "Virginia  Times" en los que se declaraba una rebelión contra el impuesto, aquí, y en el vecino estado de Pensilvania, y ahí, con los sonidos de las imprentas sellando en mis nocturnas visiones los peores augurios de la desilusión, me desperté sudando algo que parecía tinta.
   Le ruego, señor Washington, que retire este injusto impuesto, muchos de nosotros nos aproximamos ya al ocaso de nuestras vidas con la sola compañía de un buen cigarro y alguna amiga cariñosa, y la añoranza de aquellos días virtuosos en que la juventud desgranaba tesoros de pundonor , amistad y fortaleza, a la par que alguna silenciosa viruela. Le mando un bote de baba de caracol, fruto de mi anterior cosecha, con todo el cariño que me es posible acumular; para su señora, que a buen seguro lucirá en el próximo baile del día de acción de gracias, un cutis impecable.

Colaje de Manolo Marcos




2 comentarios:

  1. Y quién es ese modesto agricultor? Me gustaría saberlo. Plis, dime!!!

    Qué carta!!!

    O.O

    Andri Alba

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    Respuestas
    1. El agricultor prefiere permanecer en el anonimato antes de que lo maten. Andri.

      Salud

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