lunes, 30 de diciembre de 2019

CUENTO APOROFÓBICO


Entró al supermercado hediendo a algo difícil de definir, con una gabardina raída y hecha jirones, ennegrecida por el monóxido de carbono de los tubos de escape de los coches, que mal podría resguardarle del frío, manchas de una grasa que brillaba como la pìedra de pizarra, y se perdió entre los pasillos esquivando los carritos de la compra. El personal de la tienda lo miraba como si fuese la aparición de un fantasma: el fantasma dickensiano de las navidades imposibles; esas navidades que nunca llegan, para cumplir el sueño humano de la redención por la bondad.
Al rato volvió, se paró frente a todos y nos contó el drama de su vida: nos culpaba de ser partícipes de su desgracia, con tan fervorosas expresiones, a veces insultantes por el rigor del detalle con que las ilustraba, que, cuando arrancó definitivamente a llorar, de rodillas, y clamando una especie de letanía del fin del mundo, en la que rogaba por la consunción del género humano, creímos estar asistiendo en carne y hueso al día del juicio final. La cajera lloró con todas sus fuerzas, y él, se levantó de su postración.Con el bamboleo que llevaba chocó con la puerta de apertura automática, cayendo al suelo como un lucifer de pacotilla.
Una botella, de dos que pretendía hurtar en venganza por la insondable hipocresía de todos, se partió dentro del bolsillo de la infame chamarra derramando su contenido por la pernera de los pantalones de pana gorda, y formando un charco sanguinolento. A todo esto, la puerta se cerró con tan mala fortuna que le oprimió el cuello hasta la muerte. Nada pudimos hacer por él, excepto contemplar aquel horror, perplejos. Cualquiera puede caer en desgracia, no tiene por qué ser en navidad. Tampoco era para ponerse así. Descanse en paz.

EL TROMPETRISTE



Soy trompetista. Un trompetista anónimo, nada del otro mundo, me bato el cobre todos los días en la calle con mi trompeta de latón para conseguir algo de dinero que llevar a mi casa, donde mi madre me espera con un humilde plato de sopa, hecha seguramente en una olla del mismo material que la trompeta. Es curioso ¿verdad?, cuánto trabajo encima, tantos siglos sacando de la entraña de la tierra este metal pobre, pariente marginado de la familia, cuyos hermanos, el oro y la plata, se llevan todos los premios de la popularidad: la ambición del ser humano, esa olímpica pasión por superarse, olvida muchas veces que hasta la más barata trompeta de latón, está hecha de cobre y otro material, ¿cual era? ¡ah, si, el cinc! Gracias a él, mi trompeta es más dura, resistente a la oxidación, y cuando consigo ese punto de fusión tocándola, de fusión artística , de calor creativo, mi trompeta de sencillo latón suena como la mismísima trompeta de Chet Baker, suena eléctrica, suavemente galvaniza los oídos de las personas que pasan por la calle, los prende a un sonido que es tan antiguo como la extracción de todos los metales que esconde la entraña de la tierra, los transporta al origen de su propia condición de seres minerales en su mayor parte compuestos de agua, pero ¿no es cierto que los hombre somos una aleación compleja de muchos elementos? Bien, no quiero hacer tampoco un panegírico ahora sobre la composición química del hombre, corro el riesgo de que piensen que se me ha ido el santo al cielo, y como ángel trompetero no doy la talla, sinceramente: los que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina, sí; esos son unos titanes que abren las nubes de la gloria a las almas que se lo han merecido. Mi abuelo Tomás trabajó mucho tiempo en una fundición de cobre, esta trompeta me la regaló él; gustaba de tocarla los domingos en el campo, junto a una Ermita muy cerca de la playa. Mis recuerdos son maleables como el estaño, a veces pierdo la noción del tiempo mientras toco una balada de jazz, pero jamás olvido con cuanto cariño mi abuelo Tomás, cuando yo tenía diez años, me regalo su trompeta cobriza, desgasta del baño de plata que tenía, y me dijo: ¡Pepo, aprende a tocarla, tu tienes talento!
Trabajó muchos meses en aquella sofocante pero hermosa fundición para poder comprar esta trompeta que ahora sostengo en las manos, y otras personas, hubieron de laborar mucho también para extraer el cobre y el cinc que hacía falta para fundir el metal para hacerla, y luego un luthier también hubo de aplicar allí a esa plancha inerte de metal, su sabiduría heredada para convertirla en un instrumento musical, cuyo diseño interior, ese curioso y limpio intestino de válvulas y pistones, fue además fruto de siglos enteros de pequeños y mágicos descubrimientos, que alguien, en algún momento de la historia fijó, para bien de todos. A principios del siglo diecinueve, un alemán desarrolló una trompeta básica de dos pistones. Yo no pensaba en nada de esto con diez años, me bastaba con el destello metálico, con el sinuoso y armónico hueco de la campana, para quedarme maravillado. Parece mentira lo mucho que hay detrás de una simple trompeta de latón tocada por un pobre tonto como yo, con cara de payaso.
Hay trompetas fabricadas completamente de plata, de níquel, o de oro. Son muy caras, pero que importa. Un día, tocando en la calle, una señora me dijo que sonaba preciosa; pensé inmediatamente en mi abuelo, y en todas esas personas que habían hecho posible, de una forma u otra, ese milagro de una trompeta de latón, el sonido a cielo abierto de mi triste trompeta, un tanto cascada ya, llevando una melodía melancólica o alegre, al tímpano auditivo de una señora amable que pasaba por aquí, seguramente harta, por otro lado, de tanto ruido ambiental. Así que, ya ven, no hay mayor premio para mí que este, poder hacer llegar a algunas personas la música de mi trompeta de cobre y cinc, maleada por el uso y los vientos arenosos y húmedos del poniente andaluz. ¡Ahí va el trompetriste! dicen algunos: tal vez llevados por la ignorancia, no saben que yo sé que el nombre de la palabra cobre, nació muy lejos de esta ría, tal vez en Chipre; los romanos la llamaban Cyprium. Qué les importa a ellos si el metal fue o ha sido imprescindible para tocar una trompeta, con cara de payaso, o para conquistar, precisamente, las islas del Mediterráneo, a golpe de falcata. No hay trabajo, ni perspectiva de conseguirlo, los ánimos están muy alterados, hay muchas cosas en este mundo que andan mal, no se me ocultan, procuro mejorarlas un poco con tres o cuatro canciones, tengo un concepto del hombre más elevado del que debiera corresponder a un músico callejero, pero así es, y confío en que tarde o temprano, toda la basura que amenaza con paralizarnos será conjurada con el esfuerzo de muchos.
Ahora camino por el paseo marítimo y pienso que sería de mi ciudad, sin toda esa historia que tiene a sus espaldas, también sin ese puñado de intrépidos ingleses que compraron las minas de Río Tinto: la palabra empresario anda de capa caída últimamente, y la de mendigo parece cobrar una dignidad inusitada, sin embargo: ¿qué sería de mí y mi sonora trompeta si unos señores no hubieran arriesgado su  vida entera por aprovechar las riquezas que da el subsuelo? Un triste músico, bufón del poder, qué suena su trompeta de latón piensan que soy, y no va más allá la grandeza del hombre para ellos, aunque a veces implique ese esfuerzo, convertir materiales tan nobles en residuos sin futuro. Yo confío en el hombre, en su fuerza constante, su vigor industrial, su bondad filantrópica; y aunque muera desnudo, sin zapatos, con la imagen hermosa de mi madre tan buena, con su sopa de pan y su olla de cobre, esperándome afable cuando llego cansado de soplar en mis notas la casida cantable de estos tiempos oscuros, tal como hizo mi abuelo: fundiré nuevamente mis recuerdos para darle a mi vida un color más brillante, un dorado carácter que destelle ironía, un soplo incombustible de confianza. Sé transmitir muy bien las propiedades del sonido en mi trompeta, soy un magnífico conductor eléctrico de música. Otros verán, en el brillo del dinero, las propiedades energéticas del sol, su capacidad de inundarlo todo de luz; yo la veo en el candente y aterciopelado son de mi trompeta. No sé si les aburro un poco, mi vida ha transcurrido hasta el momento más bien en soledad, ahora tengo ya cincuenta años, pero siendo muy pequeño, mi padre me llevó una vez a ver el río rojo: a él le gustaba llamarlo así, y a mí me gusta pensar que en las notas de mi trompeta reside esa facultad de aquellas aguas, de tintar la piedra con cárdenos y sulfúricos matices a su paso, así como en el alma de la gente que en la calle se detiene a escucharme, puede imprimirse algo de ese cúprico matiz que tienen los atardeceres en la marisma. Por las mañanas suelo ayudar en mi casa con la limpieza, mi madre tiene la manía de coleccionar muchos pequeños sortilegios, muchos de ellos metálicos, candelabros, ceniceros...incluso una pequeña colección de soldados de plomo que una familia de una casa donde cocinaba, en el barrio obrero, le regaló antes de irse de Huelva; se llamaban Topkins de apellido, y eran famosos en el barrio por el refinamiento mecánico y educado de sus vidas, rodeada siempre de una suntuosidad muy moderada, de pipa aromática, periódico y un buen güisqui; en el fondo y en las formas bastante discreta. A Conchita, que así llamaban a mi madre, la trataron siempre con mucho cariño y, a veces, le daban para mí pequeños objetos de bronce: guardo como oro en paño un autómata que consiste en un minero con pico que, eternamente sube y baja su herramienta sobre una roca, con su pañuelo anudado al cuello, y una estatuilla de un futbolista muy famoso, que apodaban "choquito", por su menuda y rechoncha apariencia; dicen que, antes de que llegara la guerra, una temporada anotó hasta veintisiete goles, y fue pichichi por delante de un señor que había venido de argentina a jugar, con un contrato mucho más sustancioso que el que él tenía. Ya se ve que en este asunto del vil metal, valen más las personas que las trompetas, los coches, los trofeos, y toda la parafernalia lustrosa, la quincalla barata, que rodea la agitada vida de una ciudad industriosa. No me quejo de como me tratan mis conciudadanos, mal que bien, creo que perciben en mí a un ser menesteroso y noble, que a base de un poco de pundonor, altas dosis de modestia y una pizca de genialidad, ha conseguido hacerse un lugar en el imaginario público de sus congéneres, y así me lo hacen ver, desprendiéndose generosamente de alguna moneda, cuando interpreto el himno del Onubalompié club de fútbol en las inmediaciones de estadio.


EN CASO DE EMERGENCIA ROMPA EL LIBRO (biografía apócrifa del señor Openthisend)


    El señor Openthisend nació del mango de un cuchillo. En un primer momento se pensó que era un ectoplasma con apellido anglosajón, con el tiempo pudo confirmarse que es de hueso y gelatina, aunque este particular sólo se supo mucho más tarde, por las revelaciones de su compañera sentimental, la señorita Bubbles, que tiene forma de paralelepípedo. Fue educado en un colegio vacío con la sola compañía de unas musarañas tejedoras de alfabeto, que suelen organizar trabajos verticales sobre el encerado. Su amantísima madre le obligó desde muy pronto a vestir ternos de corte fin du siècle, a cortarse con rigor de samurai todas las mañanas un dedo gordo del pie, que era convenientemente guardado en una alacena llena de niebla.
    Actualmente se dedica a criar cantos rodados a los que imprime la facultad de volar cuando están convenientemente redondos. Tiene la facultad de afilar mariposas tigre con las uñas, el polvo de las alas contiene un veneno cromatópico ideal para el té de las cinco. Es importante además destacar que sólo fuma en presencia de su abogado. Fue visto por última vez colocando el siguiente cartel en la puerta de su domicilio. Se reparan hilos de Ariadna, al final de la cadena no hay perro. Razón aquí.

SOBRAS COMPLETAS


De todo lo que llevaba escrito
editaron sólo la basura más selecta
y fue un éxito.
Se dice el pecado,
pero no el pecador.

AMAR A UNA MUJER Y SÓLO A UNA


Hacer un corte transversal
desde el entrecejo
hasta el clítoris.
Observar la disposición
de los órganos vitales.
Hablarle de Sigmund Freud
en términos muy positivos.
Que prefiera a Jung.
Persistir indefinidamente
en el intento.

viernes, 27 de diciembre de 2019

CUENTO DE VANIDAD


Nací en un oscuro pueblecito centroeuropeo que pintó Peter Brueghel el Viejo en 1556, cuando era joven. Todos los pueblos centroeuropeos del siglo XVI tenían apariencia de Belén, y todos los niños recién nacidos en toda época se parecen al niño Jesús. Hasta aquí todo perfecto. El problema se planteó mucho después; tras unos años viviendo fuera del idílico cuadro flamenco, comenzó a manifestarse en mí, con alarmante patencia, la necesidad de comunicar a los demás un estado del Ser que, si bien subjetivo, y sujeto por tanto a la inconsútil gasa trasparente del tiempo, era ya Ser con mayúsculas, es decir: asunción definitiva e inobjetable de una visión del mundo, limpia de polvo y nieve y paja y nube en el ojo ajeno y viga en el cristalino afán arquitectónico de sostener una idea, por loca o equivocada que fuese, pero sostenerla bien.En unos momentos aparecerá mi sobrino para felicitarme las fiestas de Pascua. Le haré, como siempre, la pascua, hurtándole la artificial felicidad homeopática en que vive, con la visión de un esperpéntico panorama de drama y miseria. Para esto último no se me ocurriría ser tacaño. Con la educación no se juega.



lunes, 4 de noviembre de 2019

PENSAR A RATOS




El peso de la conciencia sobre la materia deleznable de la carne no podría soportarse de no ser por esos ratos en que el pensamiento entorna con relajo la mirada y se distrae. En momentos así, que pueden ser interrumpidos de la más inmisericorde manera, pensar se convierte en el umbral hacia la ensoñación, tesoro de la imaginación y solaz de la fantasía: duran lo que tienen que durar, pero la mayoría de las veces ni siquiera lo suficiente para fundamentar una teoría que se sostenga, para que se presente como por ensalmo ese primer verso que nos da el poema, o para desentrañar las verdaderas motivaciones de esa persona que nos mira mal en el trabajo.

Los ratos que dedicamos a pensar a ratos es mejor no emplearlos en intentar sacar conclusiones definitivas para algún problema en verdad importante; eso es mejor hacerlo en ratos que pensemos con absoluta lucidez. Aunque la lucidez, en muchos de nosotros, se da de una forma centelleante, por descargas de atormentada fe en algún peregrino ideal o por certero relámpago que despierta, en el pozo de la memoria, los arcanos de las verdades incontestables. En estos casos, la efímera inmediatez de nuestros argumentos podría ser interpretada como estupidez perentoria sin cura posible. Y eso sí que no.



Colaje de Paco Marcos

martes, 22 de octubre de 2019

PENSAR CON CABEZA

Crucial, en este punto, saber primero si la que tenemos nos sirve realmente para algo: basta con que dé para vivir. Pero si lo que queremos es pensar de verdad, y dejarnos de vaguedades inspiradas en un imaginario personal, políglota y naufrago de mil lenguas pavoridas; no basta con pensar con dos brazos, o un solo ojo. Hay que acompañarse de la cabeza, o mejor todavía: acompañarla a ella, con la elegante resignación del que sabe que va tener que acatar alguna que otra orden equivocada sin rechistar.
Colaje de Paco Marcos
En otras palabras: la cabeza es una señora que no se deja intimidar con facilidad. Y sólo intima con quien le apetece. Parece a veces frígida, melancólica, pero es un estado pasajero; se ofrece luego en dones claros. Pensar con cabeza es uno de esos trabajos que no le interesan a nadie, como recoger lechugas, y que acaban haciendo otras personas que tienen verdadera necesidad de valerse en la vida. Nosotros, como ya lo tenemos todo resuelto, y en suma nos basta con reciclarnos un poco cada día, acabaremos en un contenedor de materia gris. Y estará bien, pues así los mendigos que necesiten un cerebro en condiciones podrán sacar uno decente con un ganchito, y darle mejor uso.Tampoco es cuestión de lamentarse ahora: ya es tarde para pensar con cabeza, hoy por hoy solo puede traernos complicaciones, y lo que es peor; la más absoluta de las soledades. Es mejor levantarse de buen humor, hacer un triple mortal sobre el colchón, desayunar sin agobios, darle los buenos días a todo dios, y hacer esa actividad que nos va a proporcionar el dinero que necesitamos para seguir viviendo, sin tener que pensar con cabeza, un día más. El resto que lo hagan los políticos, los científicos, y los inmigrantes.




sábado, 5 de octubre de 2019

PENSAR EN VOZ ALTA



Una actividad tan, en apariencia, silenciosa como pensar, debiera pasar inadvertida. Quien haya asistido a alguna de esas discusiones públicas en que los contendientes se espetan lindezas sin pudor, podrá entender, eso espero, que en el origen del pensar, el hablar ya ocupara el trono sedente del rey mono; imaginemos a nuestros balbucientes antepasados intentando comunicarse entre ellos a duras penas, sin la enorme ventaja que tenemos hoy de decir, por no ir más lejos, la palabra "discurso", y que todo el mundo, misteriosamente, nos comprenda. De aquella libertad de expresión, encogida durante milenios en una postura casi salvaje y primaria, hasta las expresiones de libertad con que, a veces tan en escarnio propio, aun ignorado, disfrutamos de las veleidades del lenguaje, a sabiendas de que aunque no diga nada, dará qué pensar; no parece que hayamos mejorado tanto. Gran error. Siempre es mejor pensar antes de hablar, o en todo caso, hablar en voz baja; pero pensar en voz alta es arriesgarse a que te sustraigan legitimamente el altavoz, que es la suma del mal gusto en lo que atañe al pensar, porque: ¿podría soportarse que un listo se inventase el altavoz de los pensamientos, y nos desayunaramos de buena mañana oyendo los pensamientos crepusculares de (que cada cual cambie el personaje a su gusto) pongamos, Manuel Fraga? Lo que se dice pensar, pensar, y en voz alta, creo que el único que lo hizo en condiciones fue Albert Einstein en la ducha, y tampoco todos los días.



Colaje de Paco Marcos

viernes, 4 de octubre de 2019

PENSAR CANSA


Desde que el poeta italiano Cesare Pavese acuñó la expresión "trabajar cansa", cualquier verbo seguido de la palabra cansa adquiere, por arte de empatía, un prestigio no menos antiguo por novedoso. Para los que trabajamos pensando sin ánimo de lucro lo tenemos crudo, porque pensar siempre es cansado con alas tristes. En el pensar reside (oronda y comodamente tumbada en un diván de psicólogo, recitando en tono menor y con variaciones, la interminable sonata soporífera de su particular neurosis) la pesantez y el cansancio de pensar.
El trabajo fue, desde el imperio romano, que inventó un instrumento de tortura denominado tripalium; sede y asiento de mártires, santos y esclavos, cuyo nombre acabó haciendo honor, en toda lengua, al noble ejercicio de morir trabajando, como siempre con cualquier peregrina justificación dicha con pompa y circunstancia. En suma: los que trabajamos pensando nos cansamos el doble, y es esa la razón principal por la que acabamos escribiendo cualquier nota literata, en vez de coger los aperos y plantar un berro que tendrá tus ojos.




miércoles, 2 de octubre de 2019

PARARSE A PENSAR




Uno va, pongamos por caso, andando. Digamos que por la calle, ya que a nadie que tenga patio y/o jardín, se le ocurre salir a la calle a pasear, a no ser que lo inviten y sea interesante. Todo este preámbulo sólo para decir que si se para usted a pensar en mitad de ninguna parte y hay público, parece que se nota más que se ha parado a pensar, pero en sentido directo: como pensar es un hecho casi íntimo, si lo hacemos tumbados en la cama y mirando al techo, o mientras suena de fondo la típica sonata del doctor Bach: pararse a pensar es de obligado cumplimiento, y sin ayuda de semáforos, al menos en aquellos momentos de gravedad, de una hermosura terrible y arrebatadora, en que el contexto requiere de todos un instante de serenidad y reflexión trascendente.
Si no paramos a pensar, ni siquiera, en un alegre velatorio, o en las tristísimas e interminables colas del paro, o incluso en las no menos divergentes situaciones en que comprar tabaco parece una cómica heroicidad de folletín; es porque hemos perdido algo sustancial de esta genial fibra de artistas que somos, y solo servimos, de ahora en adelante, para vacar a nuestras ocupaciones, olvidando por el camino asuntos cruciales para los que, aun no teniendo arreglo, hay que parar a pensarlos. Si no se piensan se paran.



Colaje de Paco Marcos

jueves, 26 de septiembre de 2019

PENSAR EN ABSTRACTO




Si cuento algo relacionado con escuchar un blues tocado, en concreto, por el saxo barítono Pepper Adams, estaría plagiando de mala manera a Córtazar. Como decía Cervantes en el prólogo del Quijote; para qué andarse tomando prestado de otros lo que sé hacer por mí mismo. De todas maneras, cuando escucho un blues por Pepper Adams o quien sea, me da una ternura como de querer abrazar al primer borracho que vaya por la calle, con paso de contrabajo viejo y húmedo, paseando sus tristes notas de color. El pensamiento abstracto, por seguir con Cortazár, tiene esas cosas: con Cortázar, o con Russell, donde quiera que lleven la tilde en el apellido.

Pensar en abstracto es muy saludable, porque nos ayuda a percibir esas importantísimas sutilezas que el pensamiento dedicado, pongamos por caso, a la cría del cangrejo, descarta por puro sentido práctico. La gran lección a la humanidad de parte de nuestro amigo el semáforo es que hay que esperar a que el pensamiento se ponga en verde para lanzarse al abstracto paso de cebra con una cierta seguridad de que no desapareceremos en el intento.


Colaje de Francisco Marcos

miércoles, 25 de septiembre de 2019

PENSAR POR PENSAR


Por tiempo que llevemos siguiendo esta lección magistral de la vida, y después de haber pensado mucho en todo y nada (si no a la vez, que no es recomendable, al menos un poco en cada cosa) los dioses no garantizan la pérdida del oído. En este caso, no fruto de una psicosis de artista, como le pasó al bueno de Van Gogh, sino porque se nos cae la oreja. La oreja se nos desprende con naturalidad y hace un ruido al chocar en el suelo idéntico al de un coco en la arena de una playa: fuerte y suave, seco y sordo.Pensar por pensar se parece tan peligrosamente a hacer oídos sordos, que con algo de experiencia y curiosidad puede incluso adivinarse cuándo una persona piensa por pensar sólo por las expresiones sintomáticas de su gesto. Si esas muecas casi imperceptibles se pudiesen traducir a pensamientos sería un desastre para la humanidad en su conjunto. Nos daríamos cuenta entonces de cual es el promedio de personas que escuchan lo que decimos, y veríamos, con perplejidad, asombro, y muy seguramente una profunda insatisfacción, que no sólo no nos oyen, sino que nosotros mismos algunas veces no pensamos lo que decimos. Y entonces la desconfianza sería tan absoluta como necesaria.




Colaje de Francisco Marcos

lunes, 23 de septiembre de 2019

PENSAR EN TI


Esta es una frase comodín del engañabobos cantabile. Es tan importante el contenido que subyace a esas tres palabras que uno diría que su universalidad no tiene límites; desde un punto de vista humano y hasta humanitario. Pensar en el otro es un gran fuego oculto que arde en todos nosotros como la pira ancestral de los muertos que nos preceden. Se podría sembrar el campo con los ojos de los muertos, en espera de una redención por la conciencia de todo, absolutamente todo lo que hemos hecho mal desde que nos bajamos del árbol, con la melancolía simiesca de quien supo renunciar a su seguridad para aventurarse en la historia.Simiesca y elegante melancolía: esa cosa vagamente poética que ahora llevamos la mayoría de las veces por fuera, a falta de una caja de dientes de sonrisa perfecta. La historia me baila un tango y pienso en ti.Me gusta pensar que no pasaré de ser un triste orangután con algunas habilidades en las manos para lo que sea. De tanto sapientear el homo sapiens, nos hemos convertido en un homo habilis al cubo. Así que pensar, en ti, o en cualquier otra cosa o persona, o ente concupiscible: retrocedemos. Y claro, eso nunca. Pero nunca.



Colaje de Francisco Marcos

jueves, 19 de septiembre de 2019

PENSAR EN TODO


Es urgente pensar en todo, incluso más que pensar en nada. Es de radical importancia que no demos lugar de pasar de pensar en todo y nada para acabar diciéndonos entre nosotros: todo o nada. Lo primordial de pensar en todo es hacerlo cuando estamos inmersos en pensar en casi nada, que es como se piensan de diario las cosas, es decir: en pensar todos esos aspectos secundarios del ser con los que disfrutamos como niños a todas horas, por ser la nuestra una condición privilegiada; en la práctica, exenta del sustantivo drama vital que azota a tantas otras personas que no somos.Pero no viene la distinción por una necesidad de hacer el bien, sino por la irrefragable bondad de la fregona, capaz de eliminar cualquier mancha que le pueda salir al todo. El todo es un gigantón afable hasta que se le cabrea; entonces, preso de una incontenible humillación nos sacude un manotazo seco en el intelecto cachondo que solemos usar y nos despierta de pronto a una nueva realidad, que permanecía agazapada y tímida detrás de algún prejuicio, por temor a que nos riésemos de ella.Cuando se piensa de verdad en todo, esa seguridad de como estar bien plantados en el suelo, con una playera chula y unas gafas de sol glamuroso, haciendo con sencillez el gilipollas; nos tiemblan un poco las piernas y se nos pasa la seguridad dejándonos el temblor. Y eso es bueno. Por último: para pensar muy bien en nada, hay que haber pensado antes en todo; aunque sea de manera mediocre.



Colaje de Francisco Marcos



viernes, 13 de septiembre de 2019

PENSAR EN NADA




Hay que pensar más en nada. Pensar en algo croqueta o concreto, que para el caso es lo mismo, limita tanto las posibilidades del pensar, que acaba empanando el juicio luego de haberse rebozado bien en huevo primigenio, o, dicho en jerga filosófica: pone el énfasis en la conceptualización de la idea hasta convertirla en una idea fija, tal una señal de tráfico, o la deposición abandonada de un perro en la calzada. Desde algunos laboratorios de escritura se nos impele a seguir escribiendo como quien engorda una descomunal bola de nieve que, en caída libre, va recogiendo en atropellada revolución todos los restos de ideas fijas que yacen en la pendiente de la hoja en blanco. Aquí no le empujaremos al abismo: es mejor pensar en nada (no confundir con no pensar en nada) que escribir lo primero que se te ocurra.




Colaje de Robin Isley

miércoles, 6 de marzo de 2019

JARDÍN ESPAÑOL



   Duerme en una caseta pintada con colores primarios y diseñada para el juego, en un parque infantil sito en un jardín cualquiera de una ciudad cualquiera de un país cualquiera repleto de cualquieras, catoblepas que van mirando al suelo por la calle. Él es menos que cualquiera de esos cualquieras, muy seguramente se ha quedado en la calle, con su metro ochenta y cinco de magra carne destazada en los muladares del vértigo industrial, llorando como un niño, con el corazón de escaramujo encogido mientras un empleado municipal de la limpieza, con un resto de piedad, le preguntaba que le pasaba y le daba un pitillo. Esta vida le ha soltado los grajos en la cara, híspidos pájaros que picotean en la verde grama los excrementos dorados que el águila imperial del dinero reparte para los que saben medrarlos. Lágrimas vermiculares, estañadas en las arrugas de pómulos que han trasoñado tantas veces la salida del inframundo. Lágrimas peristálticas que se contraen como intestinos sabios de hambre y frío. Muy seguramente, en la calle, por no obedecer sino al universo, o por alguna de esas razones de la conveniencia con las que damos visa de eternidad al prójimo, para no verlo nunca más rondar, como agravio silencioso, nuestra vida muelle.


Fotografía de Fan Ho

viernes, 25 de enero de 2019

DOCUMENTO EN BLANCO XLIV




Cierta ávida pulsión de la sangre
se parece a los nervios del sol
o la rabia tan cruda de las razas.
Sobreviven las miradas a toda palabra.




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