miércoles, 6 de marzo de 2019

JARDÍN ESPAÑOL



   Duerme en una caseta pintada con colores primarios y diseñada para el juego, en un parque infantil sito en un jardín cualquiera de una ciudad cualquiera de un país cualquiera repleto de cualquieras, catoblepas que van mirando al suelo por la calle. Él es menos que cualquiera de esos cualquieras, muy seguramente se ha quedado en la calle, con su metro ochenta y cinco de magra carne destazada en los muladares del vértigo industrial, llorando como un niño, con el corazón de escaramujo encogido mientras un empleado municipal de la limpieza, con un resto de piedad, le preguntaba que le pasaba y le daba un pitillo. Esta vida le ha soltado los grajos en la cara, híspidos pájaros que picotean en la verde grama los excrementos dorados que el águila imperial del dinero reparte para los que saben medrarlos. Lágrimas vermiculares, estañadas en las arrugas de pómulos que han trasoñado tantas veces la salida del inframundo. Lágrimas peristálticas que se contraen como intestinos sabios de hambre y frío. Muy seguramente, en la calle, por no obedecer sino al universo, o por alguna de esas razones de la conveniencia con las que damos visa de eternidad al prójimo, para no verlo nunca más rondar, como agravio silencioso, nuestra vida muelle.


Fotografía de Fan Ho

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