Padre,
te fuiste sin nosotros, harapos soñolientos
con el hueso raspado hasta la médula,
te fuiste sin ganarle a la ironía
el peso de tus manos encalladas.
te fuiste sin nosotros, harapos soñolientos
con el hueso raspado hasta la médula,
te fuiste sin ganarle a la ironía
el peso de tus manos encalladas.
Yo no supe juzgarte por tu vida, creí
ser justo
frente a esa demolición de la esperanza
que eran tus ojos francos; vencidos
por la misma terca ignorancia que arruinaba
el deseo de amaros:
un edificio frágil la familia
cuando el trabajo humilla
la dignidad rendida de unos hombros
que no sostienen ya la dicha en una cabeza erguida
como espiga de sueños
ante la mezquina apariencia de las cosas.
ser justo
frente a esa demolición de la esperanza
que eran tus ojos francos; vencidos
por la misma terca ignorancia que arruinaba
el deseo de amaros:
un edificio frágil la familia
cuando el trabajo humilla
la dignidad rendida de unos hombros
que no sostienen ya la dicha en una cabeza erguida
como espiga de sueños
ante la mezquina apariencia de las cosas.
Madre,
cuánta razón se pierde
cuando se conquista
la soledad serena de las noches.
Se restaña en la voz
la herida de los días que pasaron, naturales,
esclavos de esa matemática del espíritu
que abona sus frutos con estiércol y jazmín
y paga su libertad al precio de una falsa independencia.
cuánta razón se pierde
cuando se conquista
la soledad serena de las noches.
Se restaña en la voz
la herida de los días que pasaron, naturales,
esclavos de esa matemática del espíritu
que abona sus frutos con estiércol y jazmín
y paga su libertad al precio de una falsa independencia.
Me quito el sombrero, Manuel.
ResponderEliminarPrecioso.
El recuerdo conmovido ama al poeta.
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