Modelo filipino: hacerse el fino limpiando un poco la casa.
Modelo europeo: Quitarse la máscara para saludar.
Tocar el saxofón, sólo para niños,(modelo multicultural con tintes raciales).
Modelo existencialista francés típico: Callar y volver con la casa a cuestas.
Si no se sienten identificados con estos tres modelos básicos, les felicito, gozan de un saludable cabreo; será difícil hacerles perder el equilibrio. Si por el contrario, piensan que, en cierta forma, de alguna manera, encajan en alguno, no se preocupen; esto pasa hasta en las mejores familias.
Precisamente, en la lectura de Heidegger he comprendido de una vez, la caleidoscópica magnitud del ser, y no he querido evitar el trastorno que llevo acumulado, a causa de mi natural propensión iconoclasta y diletante, que ha nadie importa, por otro lado, como debe ser. Por este lado del trastorno, las cosas no se ven tan mal.
Sin embargo, si miramos de frente la cuestión, el problema de la autenticidad del ser no se puede resumir con unos cromos divertidos, que además generan una ambigüedad aparente y molesta. Sin duda sobre este tema, el filósofo advierte desde la distancia que le da el afuera, un característica fundamental del ser ahí:
"El angustiarse abre originaria y directamente el mundo en cuanto mundo. No se trata de que primero se prescinda del ente intramundano y se piense tan sólo el mundo, ante el cuál surgiría entonces la angustia, sino que, por el contrario, la angustia como modo de disposición afectiva, abre inicialmente el mundo en cuanto mundo."
Heidegger, en algún momento pensó suficientemente, el grado de inautenticidad que habría de asumir el ser humano en sociedades cada vez más avanzadas, donde el sentido de la vida se diluye, en una marea de información, desorganizada y fugaz. Le llama habladuría; no en un sentido peyorativo, sino general, aludiendo al ingente comercio de la cotidianidad; que en esta era de la comunicación digital, se multiplica sin freno. Lo inauténtico, por tanto, es inevitable. Mejor, ¿no? Un problema menos.