Muertos maniquíes asexuados, en la rendición a lo voluble.
Palabras segregadas de la vida como una flor de su jardín nativo.
Es como empezar la casa por el tejado. La tectónica de las grandes palabras para la que hacemos el ridículo esfuerzo de mirarnos el ombligo. Un sistema nervioso que arda en armonía con una matemática natural del espíritu, la siempre sana ponderación de los límites más allá de los cuales se adivina el peligro, y, sobre todas las cosas, bien lejos del infierno real -que es común y no admite bandos-, la soberana autoconciencia, regalándose el oído con la ilusión de un mundo mejor: preferentemente ese de las circunstancias personales de cada uno. Asequible y bonito. Cambio de jaula, la libertad adaptada. Así no, hebrea, así no.