Érase una demogracia que hasta la gracia perdió
en virtud de una morena presunción de la carne
adobada con el mosto de un espíritu podrido.
Usted puede remontarse a la pérdida del Marne
o a la perdida ocasión que anteayer se descubrió
y también puede jactarse con un punto desabrido
de valiente ciudadano, de caballero postor,
a sí mismo hecho a conciencia si su madre lo parió,
tamborilero del aire, violinista sin calzón
pero llega el rey de España, ameritando felón;
cualquier precaución es vana, la historia ya caducó
como caducan las prótesis, los yogures o el amor.
Érase una demorragia que sangró por lo real
en la imaginaria sala de la autonomía total
mas fueron cuatro gotitas, la puntita nada más,
queda mucho hielo aún bajo la línea del mar,
todo se va derritiendo bajo la esfera del sol,
emérito como él solo se apodera todo el oro,
tal el totalitarismo del honorable señor
que en otro predio cercano inventó un discurso nuevo,
trilero de la palabra mientras con la mano larga
se amillona, se empapela, se la pela, es la pela:
que diría Fú Manchú, unos agitan la biblia,
otros remueven a Mao, más allá se exhuma a Paco,
más acá se resucita el espíritu de Ermua,
al hilo del horizonte la plaga se va extendiendo
con un ejército blanco que afirma la negación:
en algún lugar distante se analiza la cuestión.
Una gran pera gigante, una pera conferencia,
de presidentes sedentes, de gobernantes mangantes,
llena de azúcar y agua, presta a explotar en la boca,
una pera convencida de que su credo ideológico
no será fagocitado, pervivirá entre las gentes.
Érase una demofagia que a sí misma se tragó
y se dio por bien cagada, y su mierda recogió
y después de todo esto ¿habrá referendum, no?
Emeritenses reunidos, juguemos a la política,
es de césares y brutos tomárselo personal,
Marco Aurelio yo te leo, y te doy mi corazón:
tuyo es, mío no.
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