Nuestra sacrolumbar libertad “santa a fuer de trabajada”
relincha en las verdes praderas bañadas con la sangre
limpia y pundonorosa de la estadística, galopa
Hosana en el cielo a los muertos sin nombre, que serán
rescatados de entre los escombros con música de Georgie Dann
mientras devoramos una exquisita barbacoa cancerígena
regada con un vino piamontés criado con celo por un viejo
partisano al final de la segunda gran guerra.
La grandeza de una guerra se mide por la grandeza
del adversario o por su vileza inmisericorde, o oh o oh,
sana culito de rana, estamos en contra del comunismo
y a favor de Cocó Chanel, estamos flipados por lo picassiano
de Balenciaga, por las bolitas excrementicias de Ferrero.
Nuestros ágapes son la quintaesencia del tanatorio perfumado,
qué bien huele nuestra civilizada mierda de abogado, matizada
por el florido pensil de la filosofía, qué asco de poema estoy
escribiendo, es un poema que corre anegado por las alcantarillas.
Nuestras uretras son cisternas que abastecen las fuentes de palacio,
estamos diametralmente en contra de lo miserable, de lo pobre,
de lo menesteroso y de lo humilde, porque somos la superhumanidad,
llegada hasta aquí en el poderoso trineo del dinero, esa metralla
que barre de nuestras calles lo indecible para inaugurar el alumbrado.
Nos lo hemos ganado; fuimos aniquilados antes que nadie, en
épocas voraces pagamos un tributo honorable a la historia:
ahora nos toca a nosotros. Hosana en el infierno a los muertos
con nombre, porque de ellos será el reino de la vida.
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