Sea que, so capa de parecer pedante, el literato medio español no atina, sino en muy honrosas excepciones, a vertebrar enciclopédicamente sus saberes y añadirles el genio de su idiosincrasia nativa que, inutilizada a veces por un exceso de sentimentalismo formal, o una manca de chispa en el pedernal de la conciencia, termina por ajar sus comentarios; o por contra sea, que la ubérrima prole de ísmos en el arte contemporáneo, contra los que uno naturalmente adoptaría precauciones de ridícula autodefensa personal con golpes de kárate a terceros, le trae de la mano inesperadas oportunidades de librarse, que al cabo no hay alimento mejor para el espíritu, de la insana mediocridad que entretiene nuestras largas telas marineras: no seríamos tan aficionados a semejante verbena de anacrónicos farolillos, si no fuese porque el esperpento es forma de ser que, a manera de azogue invertido, nos devuelve a una España ulterior, cisterciense, fenicia, postmoderna y antigua. Razón de más para recrearla imaginando ultraísmos a la manera de Valle-Inclán, esa maravillosa cristalería cubista del ser que ofrece a la perplejidad de las miradas más conspícuas o estoicas, unos perfiles humanos amplificados por el altavoz del romanticismo ibérico, siempre herido felizmente por la parodia, tocado por el ala rota del teatro y sus violines de sombra chinesca. Aquí se vive el teatro muy de cerca. Las pequeñas salas de cabaret, para mayor enfado de Vargas Llosa, cada vez son más familiares; la perspectiva de alejamiento y la tenebra omnisciente que piden las luces de la bohemia quizá se pierde con la proximidad al milagro. El teatro regenera al hombre. Otro pecio ferlosiano para los arqueólogos submarinos de la red.
El ultraísmo es una actitud que sirve para todo en la vida, si nos atenemos, gustosamente, a las reglas que Borges dictó para definirlo, a una secretaria rubia de la calle Corrientes:
1. Reducción de la lírica a sus elementos fundamentales: la metáfora.
2. Tachadura de las frases medianeras, los nexos, y los adjetivos inútiles.
3. Abolición de los trebejos ornamentales, el confesionalismo, la circunstanciación, las prédicas y la nebulosidad rebuscada.
4. Síntesis de dos o más imágenes en una, que ensancha de ese modo su sugerencia.
5. Imágenes y metáforas chocantes, ilógicas, donde destacan el mundo del cine, del deporte, del adelanto técnico. Los motores suenan mejor que endecasílabos.6. Tendencia a establecer una disposición tipográfica nueva
de las palabras del poema.
7. Neologismos, tecnicismos y palabras esdrújulas.
8. Eliminación de la rima.
Busto de Don Ramón María, ultrafrío. |
Parece ser un plato que se sirve frío. Comienza por una reducción de vino de ánfora metafórica.
Sigue con la deconstrucción de las espinas del lomo del bacalao, circunstancialmente confeso de predicador en la sagas germánicas. Prosigue con la no menos confusa profusión televisual de imágenes, llevada a la enésima potencia sugerente.
Adoba el cóctail (la tilde de la o no es en rigor un signo de puntuación, sino el palillo con aceituna del martini) con evocaciones apasionadas del mundo del motor, de un aristotelismo desprovisto de emoción alguna. Un punto, sobre el borde de la copa, de canela y angostura, o canestura y angonela, neológicas liberales de profesión, completará, al paladar, burgués como él solo, para creer que el menú rima sobre una tarde redonda de toros, o quién sabe que otra fantasía goyesca ad usum. En todo caso, la rima esta prohibida y el ripio condenado al ostracismo del vagón de tercera. Golpe de gracia a Gracián. Próximamente en sus pantuflas. En esta plaza fuerte de la esdrújula se admira con monóculo el pasado.
Vicente Huidobro rodeado de Marías de la Gran Manzana. |