Te llaman resignación
por no decir cobardía
te llaman serenidad
por no decir aguante
te llaman temple
por no decir pasividad.
Porque queda mejor,
te llaman sentido común
por no decir acción
y luego, cuando ya hemos aprendido
a llamar a las cosas por su nombre
y no mover un dedo en nombre de su fe:
nos llaman cobardes por no haber trabajado,
nos llaman pasivos por no haber roto nada,
nos llaman serenos, por mantener de pie,
la postura ideal del sentido común.
Pero ya no hay más fuerza que la nuestra
derribando las leyes podridas de esta casa,
porque ya no hay más alma que estos cuerpos
que a contrapelo alzan la verdad con sus brazos,
la verdad de sus vidas, las nuestras, que son fe
redimida de sus normas de muerte, de su mundo acabado,
al que sólo le falta un empujón suave
dado por todos, por los que no creemos
en esta pantomima de vivir para otros.
Para nosotros solo,
a favor de este mundo
que se parte en pedazos
de este mundo real
que no vive de sueños
de grandeza, fortuna o ambición
sino en firme deseo, en la leve mirada
de la anónima gente que somos,
desheredada, con la sonrisa triste
del que aún tiene horizonte
frente a un orbe en ruinas
que Dios abandonó.
No tengo ya más fe que la cabe
en el húmedo seno de tu boca...