- Es tiempo de quedarse en casita, al calor de la red social, difundiendo una revolución virtual de ideas claras y distintas.
- Disiento Fernando, el hombre de negocios está desesperado por arañarle a la tinta que llevo dentro, una cantidad indecente de firmas.
- Extrañas firmas que multiplican el índice de miseria de la humanidad, Emilio. Con esta vista que tengo de haber sido deslumbrado por la justa mirada de Atenea, llevo grabadas con un punzón en el rabillo del ojo, como sentencia el Corán, cosas dignas de ello, pero Fernando me utiliza en función de buril-escalpelo, para desentrañar tópicos burgueses o reinventarlos a lo after-pop.
- A propósito del after-pop, del que todo el mundo habla pero nadie dice como erradicarlo, nuestros métodos de análisis de la realidad, para sacarle la pasta, son más abstractos entonces, pluma de Fernando. Oye por cierto, mi enhorabuena, tienes mucha pluma, pero no me negarás que la firma que se ejecuta a través de mí, en fin, tiene mucha más influencia que la tuya ¿no?
- No, al contrario, pluma del Botín, precisamente el objetivo que a mi me atañe es de largo recorrido, escribo para un hombre que elucubra en unas alturas inconcebibles para tí y tu dueño, amiga. No es cosa de tirarse de los pelos otra vez. La pluma estilográfica de filósofo no hace daño a nadie.
- Sois unas idealistas, Fernandina, tanto monta la razón como el dinero...eso era en otra época, ahora es el dinero la única razón, os dejáis llevar por la musaraña cabalística de las palabras.
- Fue un idealista, Botón, el que hizo la primera muestra de monedas de cambio, posíblemente fenicio aunque no importe, pero aquél era un señor religioso, vosotros sois tan cruelmente pragmáticos que provocáis la repulsión, desprendéis un aroma, de veras asqueroso, a vacío, vuestras señoras compiten con las putas de lujo en ver quién es más hortera en el dispendio continuo de vanidades.
- -Ya apareció el moralista-, concluyó la pluma estilográfica de Emilio Botín, dándole un chorrazo de tinta en la cara a Fernando Savater que no tardó nada en responderle a Emilio Botín con la suya. Para limpiar el desaguisado se contrató a una limpiadora modesta y muy eficaz. No quedó una sola huella del embite verbal de tan afamadas plumas; hay algo inconcliable entre las estilográficas de estos señores, pero por el momento la dialéctica no llega a las manos. Naturalmente el filósofo y el banquero se pidieron disculpas, aunque no fueron a cenar juntos, se cree. A continuación, la añorada carta de ajuste.