jueves, 23 de septiembre de 2021

LA SINCERIDAD DE ADÁN


Cuando me expulsaron del paraíso estaba en el cuarto de baño. Desde entonces, cuando vuelvo por las razones normales que uds también tan bien conocen, lo hago de esta guisa: descalzo, con vaqueros y sin camiseta alguna en verano, con un reloj de pulsera en la muñeca izquierda, unas gafas de lectura colgadas al cuello, y el móvil.
No suelo tener problemas de regularidad en el tránsito de las sagradas escrituras y aprovecho, si el momento se demora, para leer algún insidioso artículo de opinión, con objeto de desentrañar los mecanismos mentales del autor, sujeto la mayoría de las veces a una dependencia canina de la ideología. Al cabo, con un poco de suerte, percibo que mi presencia en el paraíso perdido del excusado no tiene sentido, y puesto que no hay manzanas, ni serpiente, ni Eva, procedo al aseo con agua limpia y gel íntimo (sí, han leído bien) de la zona interfecta y vuelvo al infierno del que, por libidinoso, nunca debí salir. La libertad le da pie a uno a contar las cosas con franqueza, y ese tradicional apego cervantino a esconder lo humano para que asome un poco lo divino. Temo, sinceramente, no haberlo conseguido, pero al menos aligeré el fardo combustible de la cotidianidad.




 


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