Esta mañana después de desayunar una humilde pera de agua, he ido al mercado de valores a ver qué precio tiene hoy el gramo de tranquilidad. Hace ya muchísimo tiempo que es más caro que el oro y la semana pasada superó también la cotización del mismísimo petróleo: creo que va en busca del inalcanzable gramo de personalidad, a mucha gente se le va la vida entera y no ahorran lo suficiente para comprarlo. Están ocurriendo cosas al respecto de este problema tan obsolescente de la tranquilidad y no parece que el panorama de recesión general pueda arreglarse con dinero. Las autoridades están muy enfadadas, necesitan un cursillo rápido de solución de problemas; el tiempo maravilloso que pierden estudiando una eventual salida de la crisis, nosotros nos encargamos con nuestra inepcia ejemplar de encarecer el gramo de tranquilidad hasta límites inasequibles para el común de los mortales, es decir, nosotros. Tiene un precio mayestático. Grandes fiestas majestuosas y elegantes coronan cada día las ambiciones minúsculas de la inmensa mayoría. Pero a mí ya me han dicho las autoridades que el cine de autor se va a acabar, sólo saberlo ya son gramos de tranquilidad absolutamente gratuita: impagable. Y también me han prohibido la pera de agua por las mañanas, dicen que por ser un acto de sedición erótica contra uno mismo. Están enfadadísimos, es natural, está el patio en guerra, como siempre. No se atisba por ninguna parte un mesías redentor al estilo de Jesucristo Superstar, aunque Richard Geere* intenta parecérsele todo lo que puede. Lo de la pera no lo comprendo, me parece mezquino y horrible que no pueda la persona comerse una pera lúbricamente sin problemas. En el mercado de valores no venden peras de agua, sólo humo y un calor sofocante de aire acondicionador de malas conciencias. Me voy de aquí, estoy empezando a toser. Es muy elegante irse mientras se tose un poco, tranquilamente.
* Ignoro como se escribe Geere, el inglés para mí es un galimatías indecente, lo siento.
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