Mi casa es el hombre
su corazón que sangra
sobre el abismo inútil.
Mis ojos son el hombre
vueltos al mar tan grave
en la jornada eterna.
Mi soledad es el hombre
la duda entreverada
con la certeza insomne.
Mi razón es el hombre
comido por la pústula
de su infinita culpa.
Yo me parezco a él
cuando me dejan,
cuando me acusan
de ser un nombre vacío
representado torpemente
por una digna torre de huesos
sujetos con tendones y con músculos.
A veces yo soy él, cuando es posible.
A veces le echo cara y soy un hombre.
Fotografía de Luis Camintzer |
Qué hermosamente desmesurado el yo poético
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Fernando, con esos dos apellidos que usted tiene ya puede hacerse poesía.
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