Ni rastro del cataclismo. Todo lo contrario, una extraña inmovilidad en los rostros. El estanquero no tenía tabaco, pero cómo es posible ¿problemas en el suministro? no lo sé, responde, no he llamado al proveedor; yo delego. Entonces ha corrido una cortina y el mostrador parecía el escenario de un viejo café cantante abandonado. Alarmado, he ido a algunos bares, las máquinas expendedoras están apagadas. He preguntado a los camareros: la misma cara en todos, este tipo de expresión sólo la había visto antes en las delegaciones de Hacienda; y la misma respuesta, ¿tabaco? ah, no, yo delego, pregunte en el Ministerio de Ocios Negociables. Y ya me he dado cuenta, esa extraña palabra, agarrada a la garganta, EGO, está en todas partes y en ninguna, como una araña, una viuda negra, ensartada elegantemente en el engranaje de sus telas, con ese hilo tenue y elástico del tiempo. Está en charnego, en pliego, en labriego, riego, lego, lóbrego...ando sin rumbo, se me ha acercado un niño y me ha preguntado, señor, se me ha embarcado la pelota en su tejado ¿podría devolvérmela?; me miraba con una cara tremendamente vivaz, parecía tocado por un ángel de simpatía. Le he respondido automáticamente, yo delego. Al volver a casa, me he mirado en el espejo y he visto a un hombre con cara de telón pesado, de lurdo escaparate sin promesas, abotagado y blanco como el estanquero, el camarero, el ministro, la cajera del super. Sólo se salva el niño de la pelota. Su pelota está en mi tejado, pero yo delego.
Colaje de Francisco Marcos |
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