El caso es que han entrado ya dos personas distintas (podrían haber sido la misma dos veces distintas, ya saben; Heráclito) y ninguna de las dos ha salido de allí al cabo de un cuarto de hora. Para qué voy a coger el autobús, el misterio está aquí. Ahora mismo acaba de entrar una tercera persona y no se ha asustado porque haya dentro, ya, dos. Esta cabina parece que declina el verbo compuesto "poder ser", la posibilidad imposible de que todo pase, de que todo quepa.
Desde que llegué a la marquesina he perdido tres autobuses, en el mundo se han multiplicado por millares los suicidios, los aumentos de sueldo, se ha inaugurado un océano de lágrimas con barcas unifamiliares en Disneyland París; mundo inmundo y verecundo, fascinante y lacerante a partes iguales, y tengo una inquietud nanotecnológica por lo que está pasando en esta cabina, que es un sumidero de universo, un agujero negro de vida. Me acerco lentamente a ella para abrir la puerta. Me despido aquí de ustedes, prefiero ahorrarles el desastre, pase lo que pase cuando abra la puerta de la cabina, ya estaré del otro lado. No pregunten por mí, y menos llamando a esta cabina, sólo serviría para aumentar aún más la confusión. Y disfruten del verano, es la época perfecta para el bello espejismo.
Este cuento es muy bueno. Feliz verano.
ResponderEliminarFeliz verano, Gina, un abrazo y muchas gracias por la lectura.
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