Desconfío de los escritores que tienen la mesa de trabajo muy bien ordenadita. Parecen temerosos de que ese inocente caos de pequeñas cosas que pueblan su habitación se les escape de las manos y acabe por introducirse en lo que escriben, y albergo la sospecha de que, por la noche mientras duermo, una pluma estilográfica se cuela en el cajón donde guardo los borradores y los corrige minuciosamente sin mi aprobación. Será por eso que procuro por las mañanas arreglar un poco el desaguisado cotidiano e identificar al intrépido mensajero de la literatura que me pone el punto sobre la i. Recuerdo perfectamente que dejé escrita esta reflexión ayer y no terminaba así. Tengo que reconocer que no lo hace nada mal.
lunes, 16 de marzo de 2015
KAFKIANA VII
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