sábado, 16 de enero de 2016

ESTA REGIÓN DE RUINA, de Efraín Huerta



I

Nada ni nadie aquí,
bajo este vientre o cielo a fuego lento.
Nada, tan sólo el bronco sueño de los desarraigados
alienta, se agita en esta blanda región
contradictoria, de niebla y besos,
de voluptuoso vaho sobrehumano
y voraz, como si flores turbias,
alcohol y muerte a ciegas la nutriesen.

Nada, como no sean latidos presurosos,
fieles propósitos de ruina,
se puede concebir donde las almas
a dura lentitud pierden su esencia.

Nada, sino murmullos y espléndidas blasfemias
germina en esta zona sin destino,
aguda en las pasiones,
la ira tenebrosa
y el cántico sombrío.
(Suena a orilla del crimen.
Pero es grave el sueño,
el metálico sueño.)

Los hombres tristes y los niños tristes
huyen del natural, sereno y leve
concepto general de la existencia.
Son briznas al azar
o nubes desvalidas
crispadas de miseria.

(No hablo del reposo a cierta luz
ni de la encantadora melodía
de las sábanas claras,
ni me refiero a la frondosidad,
a ese fácil verdor de los jardines
donde vibran mujeres
de anchos ojos azules
-y un niño es un espejo.)

Esta región de ruina,
esta fragilidad de pecera o camelia,
no permite que nadie
manifieste su íntima dolencia
sin sollozar en sangre,
mansamente;
esta pequeña tierra de perfecta tibieza,
este agrio transcurso de agonías,
es, en puras palabras,
la antigua,
la agotada raíz de la ciudad.

II

Ahora bien,
aquí el sueño es el sueño,
la muerte sólo es eso: seca muerte.
Muerte por los motivos que tú quieras:
por un clavel pisoteado,
por un beso en un hombro,
porque unos ojos verdes brillan más que otros ojos verdes,
porque tu mano es una mano tonta
incapaz de estremecimiento brutal
y de la caricia lánguida y perezosa;
porque simulas benevolencia,
porque ignoras la gracia de la embriaguez
o porque tu rostro no oculta la compasión,
y porque, en fin, tu reino de acuarelas,
tu música y tus pupilas de madura lluvia
no pertenecen a esta república de llanto,
a este húmedo bosque desfallecido,
aniquilado por desprecios;
a esta región de cobre
donde una madrugada de junio
soñé con la victoria...
Y era suave tu voz
llamándome a la vida.



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