Aquí se hizo de la sangre
un reguero de luz en la tiniebla
donde los niños jugaban a la taba,
las constelaciones se miraban
en las migas del pan, imágenes pueriles
de dioses tutelares decoraban
el alicatado del cuarto de baño,
donde siempre había un libro
abierto a la mitad. Aquí nos fiábamos
del vecino. Hasta que un día un señor
que estaba de paso
olvidó un espejo. Todos supimos
a renglón seguido apartar la mirada
de lo que pudiese comprometernos
a repartir la sal con un decoro igual
en la línea incierta del horizonte,
aprendimos la mascarada insulsa del yo,
acogotado en torpes prevenciones
para mejor y óptima película del uno.
En suma, perdióse pues la gana de vivir.
Queden estas ruinas como escarnio
del mal que los espejos propagan
por el mundo. Nos hemos trasladado
al pueblo de al lado, donde aún un pez
puede guardar memoria fiel del agua:
irredenta melancolía que en días
de invierno trasparentes nos recuerda
de que no lugar venimos y a que no tiempo vamos.
un reguero de luz en la tiniebla
donde los niños jugaban a la taba,
las constelaciones se miraban
en las migas del pan, imágenes pueriles
de dioses tutelares decoraban
el alicatado del cuarto de baño,
donde siempre había un libro
abierto a la mitad. Aquí nos fiábamos
del vecino. Hasta que un día un señor
que estaba de paso
olvidó un espejo. Todos supimos
a renglón seguido apartar la mirada
de lo que pudiese comprometernos
a repartir la sal con un decoro igual
en la línea incierta del horizonte,
aprendimos la mascarada insulsa del yo,
acogotado en torpes prevenciones
para mejor y óptima película del uno.
En suma, perdióse pues la gana de vivir.
Queden estas ruinas como escarnio
del mal que los espejos propagan
por el mundo. Nos hemos trasladado
al pueblo de al lado, donde aún un pez
puede guardar memoria fiel del agua:
irredenta melancolía que en días
de invierno trasparentes nos recuerda
de que no lugar venimos y a que no tiempo vamos.
Pintura de Giorgio Morandi |
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