Un sólo bulbo soy contra todas las piedras.
No tengo más crepúsculo que el hombre,
hermano viento, hermana angustia,
reptáis a gran altura, hilanderos
de algún milagro, así busco mi ser
entre las crepitantes hormigas y
su fervor humilde.
Limpio de todo cielo,
azul torrente extático, alto mar,
eludo responder a las preguntas
y quiero comportarme frondoso, inaccesible,
a dos mandíbulas ser un silencio raquídeo
en la médula de una luz, inédito,
girando con la locura de estar vivo
en un mundo donde
los héroes y los santos están prohibidos.
Dibujo / Quint Bucholz, Fenters bei Nacht, 2009 |
Permíteme que recuerde las medidas de los pedruscos:
ResponderEliminarNo hay que perder la memoria,
recordar las medidas de los mejores pedruscos.
Bien medidos los tenían frigios y troyanos.
La piedra no debe ser más grande que la cabeza de un
[conejo.
Mejor cantos que guijarros,
aunque sean los que rodaron
río abajo hacia el mar Etrusco.
Conviene cargar el cesto
de granito poliédrico de aristas frías y feldespato brillante,
de piedra de ojo de serpiente y de caliza picada,
cargar el saco con piedras de San Vicente
y no menospreciar el basalto,
que tanto uso hicieron de él vándalos y alanos,
pues es piedra eficaz para insensibles
y paquidérmicos rivales.
Un volumen esquinado
señala con precisión
la frente y las sienes del enemigo.
El arte interviene en el lanzamiento,
la mano debe tener la tensión del auriga
y el brazo debe hacer el recorrido preciso
de una media coreografía.
Entonces, el canto saldrá alado,
en trayectoria parabólica, casi plana,
rompiendo la densidad del aire
y el impacto adquirirá la estética
de un rayo concreto
y dibujará hilos rojos de sangre
que marcarán, quizá, las páginas
de este libro que tienes en las manos.
Salud
Francesc Cornadó