viernes, 25 de abril de 2014

JACOB O IDEA DE LA POESÍA / ensayo de Alfonso Reyes




HOY EN DÍA, vamos cabalgando una crisis que, sumariamente, se ha dado en calificar de lucha por la libertad artística. Por cuanto atañe a la poesía, de un lado campean los partidarios de la tradición prosódica, como dice Claudel: metros, estrofas, combinaciones simétricas, rimas perfectas e imperfectas, y hasta el académico verso en blanco que la rutina venía arrastrando a modo de tronco flotante. De otro lado las mil escuelas y los puñados de francotiradores. Estos van del rigor espiritual más extremo, aunque no aparente en trabas formales, hasta la más desaseada negligencia. Y aún hay instantes en que la obra poética pretende arrogarse las funciones de la escritura mediumnímica o sonambúlica; en que el poema usurpa la categoría de documento psicoanalítico o confesión abierta sobre el chorro, a grifo suelto, de las asociaciones verbales, para uso de los curanderos del Subconsciente. Lo cual equivale a tomar el rábano por las hojas, o a plantar flores para obtener criaderos de lodo, puesto que el sentido del arte es el contrario, y va de la subconsciencia a la consciencia. 

 

    Algo de confusión se desliza siempre en estas querellas. Las íes andan sin sus puntos correspondientes, que tanto las agracian.
Prescindir de la tradición prosódica es, artísticamente, tan legítimo como obligarse a ella. El arte opera siempre como un juego que se da a sí mismo sus leyes, se pone sus obstáculos, para después irlos venciendo. El candor imagina que, por prescindir de las formas prosódicas, hay ya derecho a prescindir de toda norma. Y al contrario: la provocación de estrofa y rima ayudan al poeta como las andaderas al niño, y el soltar las andaderas significa haber alcanzado el paso adulto, seguro y exacto en su equilibrio; haber conquistado otra ley: la más imperiosa, la más difícil, la que no se ve ni se palpa. El que abandona la tradición prosódica, la cual muchas veces hasta consiente ciertas libertades en cuanto a la estricta línea espiritual del poema, contrae compromisos todavía más severos y camina como por una vereda de aire abierta entre abismos. Va por la cuerda y sin balancín. A sus pies no hay red que lo recoja.
Para que se vea con cuanta finura hay que hilar en esta materia, voy a contar una conversación que hace muchos años escuché en Madrid, sin atribuirle por lo demás mayor trascendencia que la de un mero epigrama literario, ni a sus interlocutores mayor intención que la de una charla sin compromisos.
Gabriel Alomar, en un rapto de impaciencia contra el exceso de preocupaciones formales, comenzó a decir:
-El terceto, cuya única justificación es Dante...
Y Eugenio d'Ors vino a atajarle suavemente:
-Al contrario, querido Alomar: Dante, cuya justificación es el terceto...

De "LA EXPERIENCIA LITERARIA Y OTROS ENSAYOS". 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...