Una tiza traza sobre la pizarra
el destino errante de la zeta.
El pecho oscuro de la grama
vibra en marítima soledad
sobre los montes pardos,
atezados de nuevo por la sombra
que las nubes acuestan,
ya aparece
un buitre, descartando el horizonte.
Tal una luz cóncava, lento divaga
su condición de rey de la alturas
con singular maestría matemática.
Aquí abajo le espera mi amarga víscera
rosada, el amarillo y frenético limón
que activa mis neuronas.
Cuídate de mí, buitre,
yo reino sólo sobre lo más humilde.
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