Cuando en tus manos claras
Reserves la luz intensa
De mis ojos en viaje, girados
Por siempre hacia la sombra,
Y se confunda en los humedecidos tuyos:
Ábreme el corazón y esparce
Mi sangre por la tierra templada.
No aguardes los ecos mustios
Del destello que huye del abismo
Y se asoma falaz a tu deseo:
Rásgame la carne entonces
Porque respire libre el pecho
Cuando me abandones ofrecida
En la desolación de las cimas.
Viva volveré para ti en los ciclos
Tenaces del tiempo,
Cuando la sombra del buitre
se perfile fugaz contra los riscos
o hacia sus propias raíces se inclinen
azotados por el viento los arbustos.
Reserves la luz intensa
De mis ojos en viaje, girados
Por siempre hacia la sombra,
Y se confunda en los humedecidos tuyos:
Ábreme el corazón y esparce
Mi sangre por la tierra templada.
No aguardes los ecos mustios
Del destello que huye del abismo
Y se asoma falaz a tu deseo:
Rásgame la carne entonces
Porque respire libre el pecho
Cuando me abandones ofrecida
En la desolación de las cimas.
Viva volveré para ti en los ciclos
Tenaces del tiempo,
Cuando la sombra del buitre
se perfile fugaz contra los riscos
o hacia sus propias raíces se inclinen
azotados por el viento los arbustos.
Gracias por el eco, Manuel. Lo creé-viví como epitafio propio y acabó, por esas cosas demasiado tristes de la vida, en epitafio ajeno.
ResponderEliminarA ti, Juan, por permitir que resuene aquí este gran poema. Creo que era Eliot el que decía que cada poema debía ser un epitafio. Hay una columna ardiente en el texto que sacrifica sus dones a la muerte y una resurrección en hálitos de viento, pues que siempre la memoria despierta lo que es digno de su honor.
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