jueves, 2 de agosto de 2018

AARÓN 216 (RE/LATO) de Juan Jesús Hernández López


(...)
“Cuando sucede, lo hace de un modo tenue y a intervalos, tan solo perceptible para mí, como esos fenómenos mensurables únicamente por insectos indestructibles, antediluvianos. Vibración, quietud, vibración… desde los pies hasta el pubis. Al mismo tiempo se va espesando el aire hasta tornarse de un color entre el gris y el amburgo claro, tan claro que pareciera cercano al fálgitro rebajado en dos tonos”.
Era su experiencia y así me la contó. Así lo hizo Aarón cuando por fin decidió hacerme partícipe de su don. Ahora, que ya no está en este universo, os lo traslado a vosotros sin esperanza alguna de que me creáis.
Aarón era una persona poco apasionada, no en el sentido de que no tuviera pasión alguna, lo movían el arte y el aire y hasta un arriero sin fusta, sólo indico que no lo exteriorizaba, podía estar llorando de emoción interior delante de un cuadro de Klimt o envuelto en los mares de Bach, pero por fuera era una estatua. Cuánto más extrañado quedé cuando me lo contó… de la manera que lo contó.
“Y se abrió, de nuevo, une especie de embudo elástico de forma cónico-placentaria, similar al de las otras veces, siempre como patrón estructural que parece o es. He aquí interferencia, otra, este año no paran de sucederse las señales, la primera el día 2 de Enero a las 18:00 h, es decir, a las seis de la tarde. Ese primer 216 lo provocó una llamada desde la empresa en la que llevaba dieciséis años. Era la segunda vez que me despedían de un trabajo, otro 216, conductor cuántico. A pesar de lo sorpresivo del hecho, reconozco que hubiese jurado que estaban contentos con la manera que tenía de desempeñar mi labor de traductor, no me supuso trauma alguno. Una de mis cualidades siempre ha sido esta inalterabilidad hierática, ser imperturbable hasta rozar, e incluso pareciera que hundirme en, la indolencia. Siempre he asumido los avatares vitales adversos como si fueran ellos los que tuvieran que realizar el esfuerzo, la realidad es la que debe aceptar el encuentro, no al revés. Los sucesos extraordinarios se pliegan ante mí, me siento anclado y al mando, poseedor, creo, de una atracción hermética cercana a lo gravitacional.”
“Los días entre hitos numéricos discurren en caída libre, aproximadamente a 9,8 m/s2 (refiero la medición de este evento en ausencia de rozamiento). Los amaneceres; desayunos; defecaciones; visitas al psiquiatra o compras diarias en establecimientos de venta de productos alimenticios se repiten formando patrones, también estructurales.”
“Hoy, una nueva manifestación de otro universo, el séptimo en este caso, el conocido como Avantaures III, ya que existen dos más con el mismo nombre, Avantaures I y Avantaures II, obviamente, se abrió ante mí. Hace ya tiempo que he asumido mi rol como sensor y clasificador (censor) de neo-eventos y neo-formas como designio personal y exclusivo, no me han llegado noticias de la existencia de otros humanos con semejante habilidad, así que debo ser el único, pero desde el punto de vista numeral, esto no hace que me sienta especial, me conoces, soy impermeable al halago externo y al interno en la misma medida.”
Según le pude entender, las incorporaciones desde y traspasos entre dimensiones (universos) ocurrían siempre en jornadas plagadas de señales asociadas al número 216, al menos nueve (2+1+6) manifestaciones eran necesarias para que se abriera la ventana, el embudo. A esa conclusión llegó mediante la observación atenta de todo lo que ocurría a su alrededor. Generalmente éstas resultaban inocuas, simplezas carentes de humana, en apariencia, importancia. Repetidas visualizaciones de una concreta licencia de taxi; dos chicas de dieciséis años; una mujer de treinta y dos demediada; veintiuna medias docenas de huevos (en cartón apilable)... Otras veces, las menos, asociadas a catástrofes relacionadas con la madre naturaleza o desgraciadas voluntades, inhumanas se diría, como pudieran resultar fenómenos costeros que arrasaran ese concreto número de embarcaciones o un asesino en serie que se tomara en serio batir el record nacional de víctimas mutiladas.
“Ésta de hoy está claro que es una fornicopia, así he decidido bautizar a esta especie por sus andares lascivos y a idénticos trancos. Esta neo-forma, el individuo concreto en sí, es etérea, incorpórea, pero asumible. El color anda entre los tonos y los semitonos de la nada y de voz reflexiva, sosegada, como intentando mantener la calma a pesar de la incertidumbre de la primicia y la novedad. Porque está claro que no se les anuncia el viaje, aún así resultan pacíficos y conciliadores. Se les nota la sorpresa nerviosa en el temblar del mentón al presentarse. Este fornicopia, este porque resulta ser macho, se llama Jack. Simpático y hablanchín cuando coge confianza. Al parecer en la séptima dimensión, de la que procede, se dedicaba al alboroto, a secas, sin más. Dicha ocupación, no llamemos profesión porque es sin remuneración alguna, así me lo manifestó molesto, consiste en un duelo continuo con el silencio, del que allí se ocupa un tal García, éste sí remunerado. García producía silencio mientras Jack se ocupaba del alboroto, así se consigue el equilibrio sonoro indispensable que facilita la movilidad del resto de formas que habitan el Avantaures III. Dice que allí no es posible el movimiento del ser, ni en el más completo silencio, ni en la dictadura absolutista de la algarabía. Se necesita magnitud diferencial y variable dentro de un rango definido. Equilibrio, siempre equilibrio.”
Cuando me vi con él había pasado varias horas hablando con Jack, descubriéndole las características del nuevo universo al que accedía y aguantando las ganas de orinar desde hacía rato, me confesó. Aarón solía ejercer de cicerone durante al menos tres días, era la medía temporal que consumían las neo-formas hasta habituarse a la atmósfera, coger confianza en la declamación conversacional y asimilar los sentidos laterales de la circulación por las vías de movimiento (carreteras), ya que en el resto de universos se circula por el centro, se cruzan a diferentes alturas, así evitan las colisiones, ¡audaces! Luego, cuando se despedían y separaban, no solía volver a verlos. El mundo es muy grande, y veinte neo-formas y ocho neo-eventos muy fáciles de dispersar. Tan solo una neo-forma había quedado accesible y recurrible en cualquier momento.
Alsacia era ya mayor cuando traspasó la frontera que separaba Elhagenta, noveno universo conocido, del nuestro. Hembra ambidextra de, aproximadamente, tres metros de altura, Alsacia pertenecía a una de las especies más interesante con las que había tenido el gusto de relacionarse, el Nostalpato. Se le ocurrió este nombre casi el mismo momento de conocerla. Toda ella era tristeza y nostalgia, la sola visión de sus ojos azules sobrecogía, parecía llevar la carga de los pecados de todos los dioses encima, como si tuviera que purgar las culpas de otro, de otros. Curioso a su vez resultaba que los dos brazos los tuviera en el costado derecho, no así la única pierna que tenía, ésta a la izquierda, de manera que resultaba ser zurda de pie, sentada , y ambidextra, en puridad, de brazos. Desde un principio Aarón sintió por ella un afecto y una empatía absurda que también a él terminó descolocando. Ella se estableció a la sombra del árbol más grande del más pequeño y escondido parque de la ciudad. Y de allí no se había movido desde su llegada. No necesitaba alimentarse, al parecer las observaciones que había anotado Aarón lo llevaron a determinar que tras el cambio de universo desaparecía esa necesidad, tal cual si hubieran abandonado su hambre en el lugar de origen; porque sí, se lo habían confirmado, en sus universos se alimentaban.
Todos los lunes y jueves Aarón se acercaba al parque donde habitaba su amiga, se sentaba a su sombra y charlaban durante horas. Alsacia iba cambiando su faz triste por otra risueña, faz que la abandonaba a los pocos minutos de la partida de su pareja de charla. Hablaban de cosas insignificantes, él le contaba las particularidades de nuestro universo, cualquiera valía para sacarle una sonrisa, las últimas elecciones municipales, un partido de fútbol que acabara en monumental tangana, cualquier cosa. Lo que nunca hacía Aarón, jamás, era sumar sufrimiento a su carga. Nunca le hablaba de las guerras ni de las hambrunas infantiles, del hermano que hundía el hierro en el corazón del hermano, del chantaje del agua o del fuego donde ardía la misericordia. Por su parte, Alsacia trasladaba una imagen de Elhagenta que no comprendía Aarón. Magníficas e interminables extensiones de campos rojos, allí todo era rojo, tan solo variaba la intensidad; setenta y cinco rojos diferentes existían, pero ni un solo color más. No existían lo que aquí denominamos apellidos, siquiera los nombres compuestos, en su universo solo existían los nombres de pila, y además no se repetían. Todos los nombres de un universo… únicos. Un solo color y nombres infinitos. No era esto lo que le extrañaba, cosas raras había visto como para no girarse a mirar un avestruz con ruedas. ¿De dónde provenía tanta tristeza? ¿Cómo aguantaba ese peso en el alma? Porque Alsacia tenía trescientos años, eran muchos sufriendo, a pesar de que el tiempo pudiera ser diferente en los demás universos… ¡trescientos años!
(...)

Dibujo de Manuel Marcos


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