Una casa limpia como el jaspe, un traje impecable de ministro, las cámaras secretas de los bancos mundiales, todos estos son lugares donde jamás prospera la pelusombra, y no precisamente por falta de pendejos, pelos de animal de compañía o botones viejos, sino por que no hay lo que tiene que haber, un poco de sombra, dejadez y suciedad, donde la intimidad doliente de la pelusombra pueda solazarse, descansar, rodar alegremente bajo los muebles sin ser vista. Porque la pelusombra, al contrario que la rosa, que se defiende con espinas estratégicamente colocadas a través de su historiado tallo, cuando se ve amenazada porque la miran con arduo deseo de barrerla y quitarla de enmedio para siempre, tiende a arrinconarse y echarse a temblar, se le erizan las pelusas y desprende una sombrita que sonríe y ahí se las den todas. En casos muy, muy extremos, se conoce el caso de algunas que abalanzándose sobre los ojos de su depredador, le ha dejado unos vellos punzantes en las pupilas, dándose el tiempo justo para huir y esconderse encima de un armario, trepando de manera inverosímil por el abrigo tres cuartos que hay siempre abandonado en cualquier armario. Si no me creen, pueden ahora mismo abrir el armario de su casa y verán que hay un abrigo de tres cuartos de lana virgen llorando, no pretendan consolarlo, no hay nada que hacer.
Pelusombra arrinconada, de Ricardo Ranz
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