Mi cuarto tiene presa el alma de los días
pasados, entre los mudos libros se agolpan
los recuerdos, versos, cuadros, flores,
acaso una rama reseca de jara, con su temblor
rompen el olvido que me oculta.
Mas de súbito en mis labios se hiela un deseo
y yo a todos pregunto...y nadie,
nadie sabe decirme el por qué de mi vida.
Por la ventana abierta el invierno tiñe las cosas
de un color íntimo y nuevo, la bouganvilia
balancea en sus hojas una sombra sin perfume,
y en el solar de enfrente los perros corren
aullando al otoño y los pájaros de La Torre
se dispersan en bandadas desacordes.
Y el por qué de mi vida es el filo de un cuchillo
que desgarra mis venas y pone
en mis manos un gesto de desesperación.
En el jardín bostezan los naranjos melancólicos
y en sus troncos de cal los rosales envuelven
la impaciencia roja de sus tiernas corolas.
Y se trasfunde la tarde
al reflejarse en la pupila muerta del pozo
o en el agua ondeante de la acequia,
y yo que me siento apagado, sólo sombra, alzo
mi rostro a las cosas y les pregunto...
y nadie sabe decirme el por qué de mi vida.
Y por el cielo pasan flotando las nubes
y los montes son una línea oscura en la lejanía
y el arroyo ensordece la cañada
y bajo la tierra la hierba se encharca de aromas.
Y es al corazón oscuro del pueblo
que desde el hundido valle se me clava en los ojos
a quien pregunto el por qué de mi vida,
y no me contesta.
Y no me contesta
porque mi vida acaso no es sino humo
que sin forma se esparce en el tiempo,
allí donde todas las cosas hicieron su huella,
su herida profunda y dolorosa.
De La huella de las cosas, "Poetas andaluces de los años cincuenta"
Pintura de Henri Michaux |
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