ENCUENTRO CASUAL CON MARTÍN HEIDEGGER EN IKEA.
Llevábamos el plan de no estar allí más de una hora. Comprar unos tablones que salieran ergonómicos de precio y montar en el dormitorio una pequeña biblioteca, discreta. Economizar el espacio y de paso tirar a la basura un montón de ridículos sortilegios, para cambiarlos por un mueble de taller de artista, de madera de pino. No parecía difícil, aunque a mí se me da mejor la guitarra.
El caso es que en la planta de accesorios provistos con luz artificial nos topamos de improviso con Martín Heidegger, un amigo de la infancia que perdía admirablemente el tiempo desde siempre calculando espacios, seres y tiempos. En un lugar como estos almacenes donde todo el mundo parece hacerse el sueco buscando utilidades caseras, él estaba confuso, desorientado; nos contó que llevaba ya un buen rato buscando un flexo extensible de arquitecto para su señora, que hace vida en la bañera.
Compadecidos automáticamente con su causa, hemos olvidado el sagrado objetivo que nos trajo aquí, y le hemos buscado un flexo muy barato, extremadamente funcional, y agradable a la vista. Al natural es una persona muy natural, para nada sofisticada. No entiendo a los que le achacan un estilo ininteligible en sus investigaciones metafísicas. Debe de ser falta de cariño.
¡Que tierno!
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