sábado, 9 de mayo de 2015

EL REPETIDO TEDIO DE LOS VIAJES, de Fernando Sorrentino (Fin)


3. El comercio y el barroco


El sermón del comisario surtió efecto, de modo que resolví enmendarme. Empero, no había abandonado el propósito de que el viaje me resultara lo más entretenido posible. Se me ocurrió una idea brillante, que unía el placer con el provecho: vendería peines durante el trayecto. No necesitaba ningún tipo de aprendizaje previo, pues recordaba perfectamente cómo procedían los vendedores ambulantes de peines.
   Los primeros días rechacé toda originalidad y me ceñí estrictamente al modelo consagrado por la costumbre. Decía:
   - Permítame el distinguido público que lo salude muy atentamente. Por gentileza de la casa Peinalex (Sociedad de Responsabilidad Limitada), voy a seguir haciendo entrega al distinguido público, directamente de fábrica, de los famosos peines Gacela. Son tres artículos. El primero es el peine de tocador, de setenta y siete dientes (cuarenta gruesos y treinta y siete delgados), calibrados uno por uno: artículo indispensable en todo hogar, en toda familia. El segundo artículo es el peine de bolsillo, infaltable en la cartera de la dama y en el bolsillo del caballero. El tercero es el conocido peine "colita", imprescindible para la toilette de la dama elegante. Estos tres artículos, que ustedes están abonando en los comercios del ramo a razón de ochenta, cuarenta y sesenta pesos moneda nacional respectivamente, los entrego, los tres, a título de propaganda, al precio de cien nacionales, lo que equivale a abonar treinta y tres pesos con treinta y tres centavos por artículo. Persona que lo crea, lo juzgue conveniente, no tiene más que solicitármelo. ¡Cien pesos los tres artículos! 

   Éste es el discurso que yo emitía diariamente, antes y después de mis clases. En seguida recorría el vagón entregando peines y recibiendo billetes de cien pesos. Me iba bastante bien. Por empezar, ganaba tres veces más que con mis cátedras en el colegio. Lo mejor hubiera sido, sin duda, perseverar en este método.
   Pero, un mal día, me empezó a ganar nuevamente el deseo de hacer cosas anómalas. Por un lado me disgustaba que los pasajeros me considerasen un vendedor de peines vulgar y silvestre. Por otro lado, menos me agradaba todavía la sintaxis en que yo predicaba la excelencia de mis peines: era una sintaxis a la vez sencilla y errónea. Una sintaxis -¿cómo diré?- entre periodística y beatrizguidesca. Desde el punto de vista económico me daba pingües beneficios; pero, estéticamente, no me satisfacía.
   De manera que, gradualmente, fui complicando mi texto, hasta que, cuando lo perfeccioné por completo -un -1.º de abril- quedó así:
   - Séame otorgado de los transhumantes, si viajeros, caminantes (sobre ruedas) ferruginosos, que, salvados que hayan sido con férvida, no frígida, policía, artejos en sus aras ofrende, que, no el calvo, pero el pelambresco, arará con ellos su cabeza (quien, de idéntica raíz -capataz, cabo, capanga o etrusco capo-, imperio, dementes exceptuados, tendrá sobre su cuerpo). Activos serán en tal pradera, de holganza privados por la firmeza manicular del dómino. Peinalex el domo (o lar en la Galicia), cuya calidad de responsable lindada es por impositivo obstáculo (tal la sociedad es encomendante al ego que voceando siembra y con brazos cosecha codiciosos), al viandante ofrece lo que Gorgona desdeñara. Vinientes ellos de maternas máquinas con tal prisa, que intermediario próspero (royendo la hacienda del trenófilo) no los detuviera, trinitario es su número. De ellos, el primo es imposible su absencia en el familiar recinto que, por extensión metafórica, el ígneo nombre toma. El mágico número le asiste, en decenas y unidades, de aquellas partes óseas cuyas álgias dieron causa y razón de existencia a sus logistas, y así subdivididos: en diez menguado el hemisiglo los robustos; en dos superada en los magros la edad del florentino en, de la itálica comedia, el primer verso. En entrambos, individual el calibraje. El prójimo, aunque segundo, es benjamin. Su gruta hace, descansante, en la cosida del varonil atuendo concavidad, o en el perfumado del saurio del Nilo (antiguamente Egito) los más adminículos expensivos colgantes doncelliles fabricados. Humorísticamente cuadrúpedo, hipotético rabo lo caracteriza: éste de secretos sabrá deleitosos en galicado de coqueta retiro. En mercaderiles antros, octoginta, quadraginta -en el del Lacio sermón- y sexaginta en unidades de la inflacionada, patria moneda, entréganse. Acápite publicitario, en una centena de autóctona soldada, os son donados todos tres. Artejo cada cual: la edad del Mesías en el homónimo que las básculas marcan, plus idénticos fraccionados guarismos en uno ciento. Creyente y juez el ser humano, requerir será los su labor toda. ¡La trinidad en centenar se transfigura! 

   Considerada mi actuación con un criterio artístico, fue, indudablemente, un éxito estruendoso. La mirada fija, la respiración suspendida, la boca entreabierta, todos los pasajeros me escuchaban con extrema atención. A veces, cuando yo concluía mi perorata, estallaban en aplausos. Pero no entendían una palabra: la prueba está en que, pese a que yo exhibía generosamente los peines mientras disertaba, no logré realizar una sola venta. Entonces comprendí que una cosa es la estética y otra, los negocios.
   Desde entonces, mis viajes han vuelto a ser placenteros, sin apelar ya a mistificaciones ni ventas. He logrado vencer el repetido tedio de los viajes con la reiterada lectura de las inagotables obras incompletas de Silvina Bullrich.

Del libro, Imperios y servidumbres



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