martes, 3 de diciembre de 2013

LA VIDA MUELLE

Abbondio da Grimaldi trabajando.


Ignoro por qué la noble familia de los Grimaldi-Offenbach caímos en la ruina. Lo nuestro empezó en aquella época caballeresca y trobadorzuela del siglo XIII. Un miserable antepasado mío se dedicaba a pulsar las notas de un viejo rabel que le regaló un poeta mozárabe en el puerto de Marsella. Se llamó Abbondio da Grimaldi y compuso el Roman del garofano rosso; una encendida loa a la simpar cárdena coloratura del rostro de Tirolina Offenbach comparado con un clavel reventón, dama principal de la plácida villa de Acquapendente. La perla de la familia. Cobró fama de poeta del languedoc, cosa difícil porque en Francia había grande competencia, y casó con la princesa Tirolina, fundando así una dinastía de blasón sobre las movedizas aguas del amor cortés. Dominaba, Abbondio, las sutilezas de la escritura languedórica. Esta es la canción con la que Tirolina Offenbach desplegó desde el balcón dos coletas de cinco metros, donde mi añorado tatarabuelo fue ensartando las maderitas que robaba de las sillas de las tabernas, para fabricarse una escalera ergonómica con las trenzas de su adamada dama.


Autre foiz li reprent corage
d'oblir tout et de meter guindes
gualdas, vermeilles e indes.
En chascun pié escarpenete e caltsa.
Oh fermosa pucela aussi jouvante.

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Otra vez le viene en gana
dejarlo todo y poner guindas
gualdas, bermejas e índigo.
En cada pie escarpín y calza.
Oh hermosa doncella de tanta gracia.




Desgraciadamente mi señora tatarabuela, la bellísima Tirolina, fue perdiendo el cuero cabelludo antes de casarse, y Abbondio de Grimaldi hubo de ponderar en inigualables versos la oronda hermosura de su calvicie, que fue también la misma de los varones de esta honesta casa, pues por alguna extraña razón, heredamos genéticamente (además de todo lo demás que heredamos, claro) unos vanos sin pelo en la melena, inmaculados, por los que fuimos ridiculizados desde el románico hasta el barroco en todos los retratos, con el nombre de "Snobs". El poder destructor de la palabra es capaz de mancillar con el azufre de la maledicencia los más graníticos escudos. Desde entonces nuestra vida no es la misma. Hasta los muebles de este castillo parecen acusar el tremendo peso que supone ahora llevar los otrora heraldos apellidos de Grimaldi-Offenbach.

1 comentario:

  1. No sé si en la época caballeresca los había, en todo caso este cuento de humor es una curiosa combinación en nuestro tiempo.
    Saludos.

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