Qué palabra, lejanías. A mí que llevo en este tren media vida me trae el recuerdo de todas las personas que han ido pasando por aquí, y me han dedicado un ratito desde la parada de Vivalbos a la de San Tropel. Personas por completo anónimas cuya historía conmovía siempre mi corazón a la intemperie, miren qué frío.
Una tarde extraña de una primavera fugaz y tormentosa cogí este tren de ...lejanías, puntos suspensivos de algo humano que pulula por el vagón y en principio parece un poco siniestro pero al cabo que uno se fija se convierte en un acabado poema que respira; créanme, amigos todos, llevo mucho tiempo aquí; mi enfermedad consiste en que me quedé pegado a una barra de apoyo, una verecunda tarde de nubes tímidas, con lugar preciso en el calendario y difuso en mi memoria.
No me preguntéis por qué me quedé colgado como un pasajero inmortal de esta historia, es lo que hace la mayoría; mucha gente me mira con desinterés, no ven nada fantástico en que haya sobrevivido aquí dentro con un brazo, la cabeza y apenas dos o tres vísceras bonitas que funcionan en silencio.
Quiero contaros el testimonio imperecedero de un señor con sombrero al que llamo señor de espaldas. Es pintor de la realidad. Para mí la realidad es inasible y total, sólo quieren interesarme ya los detalles. Es un alivio que haya personas como él, capaces de sintetizar artísticamente un imposible y venga a decirme cosas así:
-Lejanía es la palabra más cercana que hay, siempre estuvo ahí, no hace falta nombrarla: su forma de ser no es la aparición sino la preexistencia-.
Dibujo de David Marcos, "Sake Rinox"
En un primer momento pensé que se trataba de un atrevido novelista, de nuevo cuño, que juega con borgianas circularidades, con la homeopatía literaria del domingo, el reposo burgués de los huesos en un sofá con muelles, pero no: se trataba de un hombre sereno como pocos y que no gusta de argumentos bailables a lo hula-hop, proposiciones de cadera ancha que pronto se bajan a los tobillos. Nada de eso.
Un sofista coetáneo de la más ligera filosofía, la única capaz de suspenderse con cierto vuelo metafísico sobre la mansedumbre de los sistemas autojustificativos en los que se baña a diario el pensamiento débil. Ya está, -pensé- qué gran conversador, y qué oratoria (una modalidad deportiva en declive) sin embargo nunca desprecio ni siquiera a aquellas otras personas que sólo me preguntan la hora; me dan la oportunidad de hacer ese pequeño malabarismo consistente en flexionar el brazo para subir la cabeza hasta la muñeca y mirar el reloj. Me da vergüenza que me aplaudan por eso, es lo único que se hacer con lo que me queda de cuerpo.
El señor de espaldas tiene bastón, a veces hace un ritmo de martinete con él y retumba en todo el vagón como el martillo de un herrero en la fragua, y esto suele ser el proemio de citas antiquísimas, frases de personajes tan ilustres como desconocidos, justo al revés que los pasajeros del tren, que siempre, por variopintos que sean, me han parecido tan desconocidos como ilustres.
Solemnemente, este hombre, que podría llamarse Cleóbulo sin miedo a que se rieran de él, percute con el cayado como lo haría un pastor de cabras en una reunión de la alta sociedad y dice:
- Reina en la mayor parte de los hombres con gran verbosidad mucha ignorancia. Si tienes corazón, hacer procura alguna cosa ilustre y admirable. Nunca seas ingrato, nunca vano.-
Es lo más sensato que he escuchado en los nueve años que llevo aquí colgado. Algunos cirujanos me han propuesto ensamblarme de nuevo a un cuerpo descerebrado, pero prefiero esta enfermedad crónica de pasajero del tren de lejanías...¡qué palabra!
Muy bueno, amigo Manuel, muy bueno. Me encantan las sabias palabras del hombre del bastón cuando explica la palabra lejanía (a pesar de cierto toque que huele al teutón de la Selva Negra) y las críticas que lanzas contra il pensiero debole. ¡Eres todo un filósofo!, sin ánimo de insultar.
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Mi querido amigo, me dio de la risa cuando me dices con tanta guasa que es sin ánimo de insultar. Celebro que te guste así, un cierta intención de socavar las propias convicciones filosóficas de uno para dar con el tesoro del lenguaje, si que hay, pero como filósofo me imagino que sería un desastre, jeje. Ahora que no nos ve nadie, te confieso que la última sentencia pertenece al sofista Cleóbulo, ando leyendo las Vidas de filósofos de Flavio Filostrato.
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Diego, me alegro que te guste, claro que puede disponer de él para el disfrute desinteresado, me alegro que te gustel
ResponderEliminarSalud