Tal vez sea por desidia, costumbre de ir recogiendo por las esquinas los restos de intimidad doliente de otras pelusombras, la vieja lana despeluchada de los abrigos, los bigotes del gato, el polvo y las migajas: al cabo la pelusombra se carga de electricidad estática y emite un llanto en armónicos ultrasónicos sólo perceptibles por el perro del vecino, y se empapa de lágrimas hasta convertirse en un entrañable amasijo oscuro con dos ojitos de ámbar, que se esconde en la cesta de la costura.
jueves, 15 de mayo de 2014
PELUSOMBRA MENGUANTE
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